Tengo 47 años. Soy profesional, esposa y madre. Siempre he dicho que me encanta ser mujer y todo lo que ello implica.
Veo con esperanza de cambio los movimientos que se han despertado a nivel internacional de empoderamiento de la mujer. Soy incisiva en no repetir estereotipos y abogo con intensidad por la igualdad de oportunidades para cualquier ser humano sin importar género, raza, religión… Para mí la libertad de elegir es innegociable.
Ahora bien, creo que todos los extremos son negativos y que los cambios reales, esos que llegan para quedarse, deben hacerse en conjunto, negociando y logrando acuerdos que sean beneficiosos para ambas partes. De qué nos sirve a las mujeres abogar por el empoderamiento, luchar por nuestros derechos y sobre todo por el respeto si no tomamos en cuenta a la otra parte, a los hombres.
Puede que muchas ahora mismo estén pensando: ¿cómo hacerlo si ellos son el problema? No lo creo. Tengo un hijo varón y en nuestro hogar lo estamos educando (por lo menos lo intentamos) para que crezca respetando profundamente a los demás.
Lo vemos como una persona que será parte de ese cambio, si seguimos pensando que todos los hombres son malos, que la lucha es en contra de ellos, no vamos a avanzar.
La lucha comienza en nosotras mismas, en cambiar nuestra mentalidad, se expande a nuestro entorno más cercano, criar niños que logren el avance, pero unidos, no cada uno por su lado.
De esa forma estamos haciendo exactamente lo mismo, pero llamándolo de otra manera. Violencia de género, abuso de poder, desigualdad salarial.
Sabemos los problemas, gritamos contra ellos, pero debemos unir fuerzas para atajarlos en su origen y para lograrlo no debemos pelear, debemos conciliar y buscar la forma de que los que vienen, lo logren.