Desde el instante que vemos la luz al nacer dependemos de las atenciones de los médicos para que nuestra llegada al mundo sea todo un éxito y que si se presenta algún problema con nuestra salud se luche por encontrar una solución.
Luego de superar la prueba de fuego del nacimiento, pasamos a la dependencia a los padres.
Ellos nos cuidan, alimentan y velan por nuestro bienestar, aún cuando ya somos lo suficientes grandes para abandonar el nido.
En ellos se enraiza ese sentimiento de protección eterno desde el mismo instante en que empezamos a gestarnos en el vientre.
No se va con los años ni desaparece con las decepciones o los tropiezos.
Desde pequeños dependemos del cariño que recibimos de la familia. Este nos ayuda a ir creando vínculos, unos saludables otros no tanto. Vamos creciendo, necesitando ayuda de todos y el círculo va ampliándose a los amigos y a la escuela.
Luego llegan los estudios universitarios y nos creemos, de cierta forma, que ya estamos más cerca de la independencia, de vivir nuestra vida, de escoger nuestro destino o como nos nazca nombrar nuestros anhelos y sueños.
Mientras más años sumamos, más creemos que vamos rompiendo los lazos, aunque algunos llegan a creer que son cadenas, que nos unen a quienes, a base de desvelos, cuidados y trabajo, dieron forma a la persona que hoy somos. Pero, en ese proceso de emancipación, nos vamos haciendo dependientes a otras cosas y personas. Sin embargo, hoy el abanico de la dependencia es mucho más amplio que hace algunas décadas.
En los días que corren, nos creemos independientes, pero ahora somos más dependientes. Lo somos a la validación de nuestro entorno, al cariño de la pareja, a las exigencias de los amigos, a las redes sociales -los nuevos protagonistas del día a día-, a los lugares de moda, a los “trapitos” y a las drogas, por citar solo algunas de ellas.
Para que, un día cualquiera, tomemos la decisión de casarnos y tener hijos… y ahora somos dependientes a ellos y ellos dependientes a nosotros.
Volvemos a empezar. Sin embargo, lo saludable en este círculo vicioso es tratar, luego de aceptar y entender nuestra dependencia, de buscar la independencia de ser y estar sin dañar a los que nos rodean y a los que amamos.