No dejo de mirar en la gráfica esos ojos obsequiosos que parecen observar sin pestañar.
Es una mujer agraciada, y me esfuerzo en adivinar si su color es verde o amarillo. Lleva una gorra de colores y el pelo rubio y lacio se desborda en extensos mechones que descansan sobre sus hombros. Sonríe y su sonrisa es sorprendente.
A su lado, el hombre, corpulento, actitud distraída y un evidente gesto de infelicidad y desasosiego.
Los vecinos ofrecen versiones confusas. Dicen que “parecían llevarse muy bien” y que “nunca escucharon discusiones u observaron desavenencias o conflictos entre ellos”.
Poco después, él la asesinó a balazos. Y se hizo un disparo terminal en la frente. Hechos trágicos y dolorosos ocurrían antes de la epidemia, y a cada momento se reiteran las noticias.
Solo que esta pandemia ha venido a acentuar en nuestra cotidianidad, en nuestra manera de ser y de vivir, un trastorno abrumador. El 2020 ha sido, desde muchos ángulos, devastador, terrible. Hemos observado de frente el desconcertante rostro del miedo y de la necesidad, la indefensión y la pérdida de la relativa libertad personal conquistada.
Cuántos rostros amigos o conocidos nos han dejado para siempre. El hogar, como ámbito de encuentro de afectos, de reposo, ha cambiado su esencia. Miles han perdido el empleo y su relativa seguridad.
Escasea el dinero o sencillamente no lo hay para enfrentar las necesidades y los conflictos personales y particulares se extreman. El desconcierto ante la crisis, provoca un creciente estado de desasosiego.
Esta epidemia nos ha robado la estabilidad emocional, la libertad y la tranquilidad. El dominicano está profundamente perturbado. Las autoridades, es evidente, se esfuerzan por estabilizar la situación. Solo que nada es fácil y los resultados no son inmediatos. Estamos cercados por el miedo. Hemos perdido la libertad de movimiento y muchas de nuestras iniciativas.
Miles de personas apenas subsisten arrinconadas, al borde de la desesperación. Los esfuerzos del Estado han sido notables para enfrentar la escasez, las limitaciones, los conflictos que generan una convivencia difícil, el desempleo, el retorno a la normalidad.
No son pocos los hombres y mujeres que han perdido la razón.
Nada es lo que una vez fue. Las revelaciones aterradoras sobre el manejo corrupto y desaforado de los recursos públicos de la antigua administración han asestado una puñalada mortal al corazón y la conciencia del ciudadano que ha sentido su vulnerabilidad e indefensión ante los apetitos desatados de gente malvada e inconsciente.
Es una tarea complicada subir los ánimos, crear esperanza, enfrentar el desconcierto. Ha resultado un alivio que el viejo y degradado partido creado por Bosch haya sido desalojado del poder y que el pueblo, pese a su malestar, angustia y desasosiego, aprecie y aplauda los esfuerzos que se realizan para hacer justicia y castigar a quienes les han robado de una forma tan descarada y vil.
Pero es preciso advertir a algunos que es imprescindible cuidar el fondo y las formas. La distribución de una suma millonaria gente vinculada a la farándula, pese a que se trata de un gesto sin intenciones oscuras, no debió producirse. El momento es muy sensible y la prudencia debe ser ilimitada.
Hay mucha amargura, una gran tristeza, y un mayor desasosiego. La gente enferma y muere y la amenaza se mantiene al acecho. La situación es delicada y obliga a conducirse con absoluta entereza.
El país se encuentra en un momento complejo gracias a la gestión perversa de un sector político para el que el Tesoro Público era solo un botín sobre el cual se lanzaron con todo desenfreno.
Juan Eduardo Thomas nos recuerda que cierta gente, muy dañada, digo yo, posee sumas millonarias. Y en capacidad, prosigo, de provocar graves trastornos. Marisol Franco, mujer del traficante preso en Colombia, asumió gastos por 161.9 millones de pesos entre el 2006 y el 2019, “sin que las autoridades hayan podido comprobar que tuviera empleo, declaraciones juradas o empresas reales”.
El país vive un momento complicado. Mantengamos la fe sin dejar de lado el propósito esencial e imprescindible que es salir a camino.