“Debe ser uno pobre para conocer el lujo de dar”, proclamó el novelista británico George Eliot. Esa afirmación encierra una gran profundidad que debe ser emulada por todo ser humano, en vista de que se trata de una enseñanza que muestra que lo peor de la pobreza no es la material, sino la espiritual.
Quien da lo que le sobra hace un ejercicio de hipocresía y mezquindad, mas aquella persona que, como la generosa viuda del evangelio, que donó lo poco que tenía; se engrandece porque ante la gratitud absoluta, las palabras sobran.