“No esperemos a ser buenos y cordiales. Apresurémonos ya, desde ahora, a alegrar el corazón de nuestros compañeros durante la corta travesía de la vida”, observó el filósofo y escritor suizo Henri Frédéric Amiel.
Nada más edificante que alegrar los corazones de quienes nos rodean en la cotidianidad de la vida.
Esto significa poner anímicamente bien o mejor de lo que estaba alguien; dar alegría, hacer que uno pase a sentirse más feliz y optimista ante las adversidades de la vida.