Una puerta abierta hacia la oscuridad
Quienes nacimos en esta media isla utilizamos con frecuencia el decir de que, mientras hay vida hay esperanza. Sólo la muerte, el cese irreversible, la sepultura y la grave advertencia de que “polvo eres y en polvo te convertirás”, pone término a tales afanes.
Cuando se ha vivido lo suficiente, los ojos abiertos y la conciencia alerta, es posible descubrir un tesoro de sabiduría en muchas creencias de ninguna manera desdeñable.
A veces resulta maravilloso que una sonrisa se dibuje en el rostro mientras nos miramos al espejo. La paz y el sosiego parecen ser atributos para santos varones y gente excepcional, no para el común de los seres humanos, que es el libro en el que la mayoría de nosotros está inscrita. La existencia es dinámica, extraña e impredecible.
Ser dominicano es difícil si se aprecia desde diversos puntos de vista. Administrar nuestras vidas puede significar una infinidad de problemas a veces irresolubles, pero a los que es preciso enfrentar cada día. Es esencial conducirse con cuidado, porque las dificultades asoman a cada instante.
Anhelamos la paz y la quietud, pero esos anhelos, con sobrada frecuencia, contradicen la existencia misma.
La desaparición de una joven turista en uno de nuestros resort en el Este del país nos perturba de manera profunda. Los titulares de periódicos, noticieros televisivos o de la radio, no permiten que la gente descanse y cada día se publican pormenores de una situación cuyo desenlace todos anhelan no sea el de una tragedia irreversible.
Pienso en nuestra fragilidad como seres humanos. ¡Somos tan débiles y vivimos tan terriblemente expuestos! Nuestra realidad es compleja porque estamos sujetos a circunstancias que, de ninguna manera, dependen de nosotros. Estamos expuestos, muy expuestos.
Necesitamos del turismo, porque dicha actividad se ha transformado en una variable esencial en nuestros esquemas de progreso y desarrollo. Sólo que la concurrencia de diversos mundos y esquemas de comportamiento con frecuencia nos obnubilan el entendimiento y no siempre cuidamos como es debido de todos los detalles, formas de vida, hábitos… y, en ocasiones, graves distorsiones. Aprendemos con lentitud y dificultad, y, debido a ello, debemos pagar un precio muy alto.
La conclusión que, quiera Dios, no nos golpee con el signo de la tragedia y es aprender, asimilar, imponer normas y reglas que no gustarán a muchos y que quizás no sean buenas para el negocio. No existen otras maneras de evitar que eventualidades indeseadas se transformen en un tormento persistente y vengan a agravar una existencia, la de todos, desbordada ya mismo de dificultades.
Prever y ser cuidadosos es la enseñanza que nos resta. Esta desaparición, resulta evidente e indeclinable, nos va a hacer sufrir y nos provocará amarguras y dolores de cabeza sabrá Dios por cuánto tiempo. ¿Una opción? podría ser adoptar medidas severas y cerrar las puertas a la facilidad culpable, la improvisación, la conveniencia peligrosa, el dejar hacer y el dejar pasar. Ya son muchas las advertencias que nos dictan que tales actitudes vienen a ser una puerta abierta hacia la oscuridad.
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