El coronavirus ha impactado el mundo, dejando una estela de cadáveres por donde pasa, y ningún país ha quedado fuera.
Esta enfermedad ha puesto a prueba las economías del planeta, llevando a los países a mantenerse en pie a pesar del colapso de sus principales sectores productivos. Muchas empresas han quebrado, el desempleo se ha disparado, con todas las consecuencias que implica.
Pero todo eso era previsible ante una situación como esta. Lo que nadie hubiese imaginado es que las grandes potencias, que tanto pregonan su solidaridad, se comportarían como reales bestias, acaparando las vacunas y dejando a los países menos desarrollados sin la posibilidad de suplir a su población más vulnerable.
Países como Canadá, Estados Unidos y potencias europeas, han comprado vacunas con las cuales poner cinco dosis a cada habitante, dejando a muchos países, como la República Dominicana, sin vacunas suficientes.
Mientras en esos países “hasta el perro” se va a vacunar, en países como el nuestro muchos envejecientes se quedarán esperando a ver que les llega primero, si la vacuna o la muerte. Lo mismo que nuestro personal de salud y seguridad, que tantos riesgos asumen cada día.
Esto ha desnudado una gran verdad: a las grandes potencias no les importa la vida de nuestros países. Nos dan lo que les sobra, y a veces ni eso.
A esas potencias solo les importa que subsistamos dentro de nuestra miseria, para tener mano de obra barata y materias primas a precio de vaca muerta.
Aprender cuesta, y esta es una lección que esperamos no nos salga muy cara. Anotemos bien quien nos da la mano, y quien nos da la espalda.