Me he inspirado en dos artículos publicados en el periódico “El País”: “Francisco: Es el inicio de una Iglesia con organización más horizontal”, del papa Francisco, y “La vieja guardia y la nueva política”, de Antoni Gutiérrez Rubí, para tratar de interpretar activamente -desde adentro- la realidad del conglomerado del que formo parte, el Partido de la Liberación Dominicana en el contexto de su VIII Congreso Comandante Norge Botello.
El papa Francisco pasa revista a los males que afectan tanto a los estamentos más jóvenes de la sociedad como a los de la tercera edad, los mayores.
Y, respecto de estos, afirma que “el llamado liberalismo salvaje convierte a los fuertes en más fuertes y a los débiles en más débiles y a los excluidos en más excluidos.
Se necesita gran libertad, ninguna discriminación, no demagogia y mucho amor por nuestro pueblo. Se necesitan normas de comportamiento y también, si fuese necesario, la intervención directa del Estado para corregir las desigualdades más intolerables”.
Insisto: pareciera que el papa nos está indicando algo muy específico a los dominicanos en general, especialmente a los que hacemos nuestra vida política en el PLD.
Esto es muy consistente con la necesidad de establecer un nuevo modelo de desarrollo, que sería el paradigma para una nueva política.
Siguiendo el segundo artículo, el de Gutiérrez-Rubí, del PLD podemos decir que es un partido “tenaz y correoso hasta la extenuación. Se dobla como el junco para no romperse, para intentar volver -siempre que puede- a la desafiante verticalidad, fiel a su instinto natural.
Sabe que con el viento en contra, la flexibilidad, la paciencia y la resistencia son claves”.
Pero, me preocupa que “cuando no se entiende y no se comprende a la sociedad a la que se quiere servir y representar, todo es muy difícil, cuando no imposible, si se quiere transformar la realidad, no solo gestionarla”.
Y también que “en política saber lo que hay que hacer no siempre es suficiente, aunque es condición necesaria. Se necesita -precisamente- hacerlo, tener el coraje para hacer posible lo necesario, convertir lo importante en urgente, y no al revés: reducir lo urgente al cálculo de las correlaciones de fuerzas (las propias, las del contexto y las circunstancias)”.
De esto debería ir, creo, el VIII Congreso: de sustituir ortodoxias, prácticas y herencias por nueva política. Cuando un partido pierde el combate por la modernidad no puede servirle a su pueblo como instrumento de transformación. ¿Tendremos el arrojo que nos hace falta?