Cierto que la República Dominicana constituye un solo país que ocupa unos 48 mil kilómetros cuadrados en el lado oriental de la isla Hispaniola.
Aunque somos una nación plural de diferentes creencias, pero con un mismo idioma, cultura y conjunto de valores, cuando nos miramos detenidamente parecemos dos países en uno.
Lo primero que tenemos es que extendemos ayudas sociales de parte del Gobierno a más de un millón de ciudadanos, pero los datos más recientes indican que menos de la mitad reside en hogares de extrema y moderada pobreza. Una nación que se gasta (muchos dirían malgasta) el 4 % de su producto interno bruto (PIB) en educación, pero resulta qué más del 25 % de los jóvenes entre los 15 y 17 años no asisten a la escuela y las mediciones del aprendizaje colectivo no mejoran.
Gozamos de un eficiente sistema de generación eléctrica con un sistema pobre de transmisión y un deficiente sistema de distribución hiperestropeado de nóminas infladas, ineficiencias crecientes y sobreviviendo gracias a los multi millonarios subsidios que compensan pérdidas cercanas ya al 40 % de la energía comprada.
Y encima de eso pretendemos abocarnos en un proceso de reforma fiscal sin resolver previamente las causales más importantes de dicho déficit.
Nuestra nación registró el año pasado un crecimiento económico del 2.4 % con un producto interno bruto (PIB) per cápita de US$11,200 dólares.
Esto luego de una década de crecimientos sostenidos por encima del 5 %. Sin embargo, resulta que se estima que más del 54 % de la actividad económica se desarrolla en la informalidad en manos de pequeñas y microempresas, la inmensa mayoría de empleos informales, mal remunerados y sin protección social.
Así también vivimos muchas otras paradojas como es el caso de nuestra inmensa diáspora compensada poblacionalmente por la descomunal inmigración de extranjeros.
Gozamos de un sistema impositivo de altas tasas y mecanismos complejos, pero con una evasión mayor que la recaudación.
Pregonamos eficiencia en el gasto público, pero el dispendio abunda por doquier. Ciertamente somos una sola nación en la cual constantemente somos recordados que en la misma conviven dos países distintos.