Simplemente no puedo asimilar cómo un atleta en la cúspide, con números para ser con certeza, miembro del Salón de la Fama, millones de seguidores y todo el dinero del mundo, puede caer, consciente del daño y de la vigilancia que existe, en el consumo de esteroides.
Robinson Canó, a quien tenía como un ejemplo de superación y de de hombre de bien, cayó en ese gancho, al igual que miles de jovencitos sin experiencia y sin conocimiento de los males que eso acarrea para toda la vida.
Un jugador con uno de los mejores contratos garantizados, suspendido por 80 partidos, ante la vergüenza de millones de sus seguidores, y aunque lo económico, en este caso podría ser lo de menos para él, también dejará de percibir US$11 millones, unos 593 millones de pesos.
La ambición mató al ratón, pero también rompe el saco, y en este triste caso, Robinson Canó violentó, quizá creyéndose el más listo, reglas elementales del béisbol.
Por muchas excusas que dé a la sociedad, a sus compañeros y al béisbol, quedó marcado por siempre como un tramposo.
Suena duro darle esa denominación a un jugador que hasta ayer era un ejemplo para todos, un hombre que aportaba de sus recursos a mejorar su entorno, como son las estancias infantiles que creó y sustenta económicamente en su natal San Pedro de Macoris.
Nunca imaginé que algún día tendría que hacer este tipo de comentario sobre Robinson Canó. La verdad que he quedado en “shock” con este caso, que debe servir para que otros, en especial miles de niños y jóvenes que han y desean abrazar esa profesión no caigan en ese abismo.
Con este tremendo tropezón, Canó cae en el mismo renglón de jugadores extraordinarios como Alex Rodríguez, Barry Bonds, Roger Clemens, Rafael Palmeiro, Manny Ramírez y muchos otros, con números para estar en Cooperstown.