Una metáfora estatal

Una metáfora estatal

Una metáfora estatal

Rafael Molina

Pido permiso a su autor (Salvador A. Espinal F.), y agradezco a quien me la envió (Enrique García) para reproducir a continuación esta pieza titulada “El club barrial y los invitados del barrio vecino”, a propósito de la controversia desatada por la famosa sentencia del Tribunal Constitucional:

“Los moradores de un barrio lucharon por tener un club para distraerse y practicar deportes.

Después de muchos esfuerzos, aprobaron los estatutos, establecieron una Directiva, documentaron un Libro Registro de Socios, distribuyeron carnets, construyeron instalaciones, contrataron empleados para darles mantenimiento y ofrecer servicios a los socios; todo eso pagado con las cuotas que aportan los socios; muchos se las encuentran elevadas y se quejan, muchos sienten que “se pierden en el camino” y no se reflejan en más y mejores instalaciones y calidad en los servicios.

Ya sea por descuido o por irresponsabilidad de la Directiva y sus empleados, dejaban que entraran personas no socias, vecinas del barrio cercano, que si bien no pagaban cuotas ni tenían carnet, por lo menos “hacían ambiente”, consumían en la cafetería y dejaban algún beneficio.

Prácticamente dejó de usarse el carnet para entrar al club y disfrutar de las instalaciones.

Muchos socios se sentían celosos de que cuando iban a usar las instalaciones, muchas estaban ocupadas por estos “invitados”.

El sobreuso comenzó a deteriorarlas. Hacían bulla, gritaban, tenían un comportamiento diferente al de los socios originales.

A pesar de las críticas de algunos, las autoridades se hacían de la vista gorda. Muchos socios, aunque inevitablemente pagaban sus cuotas (ya que habían autorizado a que se las descontaran directamente de sus sueldos), ante el deterioro, simplemente dejaron de asistir al club y usar muchas de las instalaciones.

“Pasaron muchos años con esa situación. Muchos de los hijos de los moradores del barrio vecino, prácticamente habían nacido y crecido visitando el club, se sentían miembros del club, entraban y salían del club y disfrutaban de todo, igual que los socios originales, que pagaban; muchos ni siquiera sabían si sus padres eran o no miembros.

“Los socios constantemente le exigían a la Directiva que cumpliera con su responsabilidad de construir nuevas canchas y piscinas, que les diera mantenimiento, que ofreciera nuevas actividades culturales sociales, culturales y deportivas. Cuando con esfuerzos cada vez mayores hacían algo, igualmente las disfrutaban los invitados y sus hijos (sin ser socios ni pagar cuotas).

Un día, una hija de un invitado exigió que le dieran su carnet como socio. Al negársele, acudió al Consejo de Administración.

Alegó que sus padres desde jóvenes entraban y disfrutaban del club y nunca le dijeron nada y que ella nació y se crió así, por lo que ella consideraba que era socia.

“El Consejo estudió los Estatutos y vio que establecían lo siguiente: “Los hijos de socios, son socios, y no tienen que llenar una solicitud para ser depurada, así que les corresponde su carnet de pleno derecho”.

El Consejo decidió que de acuerdo con esa disposición no era socia, sencillamente porque no era hija de socios; aunque, debido a que tanto sus padres como ella siempre habían entrado, ordenó que le expidieran un carnet como Invitado, tanto a ella como a todos los visitantes habituales del barrio vecino y sus hijos.

“Esta decisión del Consejo ha creado un gran revuelo entre todos hijos de visitantes. Se les ofrece expedirles Carnets de Invitados, pero no los aceptan; quieren el de Socio, al que dicen que tienen derecho, aunque los Estatutos vigentes dicen otra cosa.

“Afectivamente, muchos socios originales se sienten mal con que se les niegue la membresía automática a quienes por solidaridad “les da pena” privar de la membresía a quienes han disfrutado del Club desde niños, por lo que entienden que tienen derecho a la membresía.
“A la Directiva le preocupa si con los recursos de que dispone podría ofrecer las nuevas y mejores instalaciones y la calidad en el servicio que exigen a sus socios originales, que son quienes pagan las cuotas.

¿Realmente estarán los socios originales conscientes acerca del impacto en sus derechos para exigirle más y mejores bienes y servicios a la Directiva si se admiten como socios a todos los hijos de los visitantes del barrio vecino?

¿Estarán dispuestos a compartir solidariamente las deterioradas instalaciones y facilidades y serán consecuentemente comprensivos ante la incapacidad de la Directiva para ofrecer mejores servicios a todos, los socios originales y los nuevos socios incluidos, sabiendo que las cuotas que estos últimos pagarían serían mínimas y quizás serán los que más servicios demanden?

“No sé.

La solidaridad afectiva, del corazón, es abundante; aunque el razonamiento lógico ante los recursos limitados, a veces es egoísta. No sé.”



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