Desde que Kevin Durant arribó a las filas de los Warriors, nadie podía poner en duda que sería un quinteto muy, pero muy difícil de vencer.
Un equipo con el dúo Stephen Curry- Kevin Durant, es sencillamente un dolor de cabeza.
Lo ocurrido en los dos primeros encuentros de la final es una muestra fehaciente de que es difícil luchar en contra de esta pareja, no importa el esfuerzo individual que pueda hacer el mejor del negocio, LeBron James.
Ser dueño de la casa, en cualquier actividad, siempre da ventajas, comenzando por el arbitraje y el apoyo irrestricto de la totalidad de los aficionados, lo que “envalentona” y sube el aspecto sicológico de los jugadores.
Empero, algunas veces la ventaja es de tal magnitud, que aunque el rival esté en su hogar, no está en capacidad de obtener la victoria.
En la final del año pasado esos mismos equipos llevaron la serie al séptimo y decisivo partido, llevándose los Cavs el título. Sin embargo, ahora con los aportes de Durant, quien promedia 30 puntos por juego, los Warriors no tienen forma de perder, a menos que se produzca un milagro que ilumine a los pupilos de Tyronn Lue.