Me preguntó un amigo que cuál creo es la mayor virtud de Luis Abinader. Sin dudar le dije: “es empresario”. Hemos carecido de políticos que aglutinen la inmensa mayoría de votantes conservadores.
Jacinto Peynado, próspero iluso, diezmó su fortuna politiqueando. Donald Reid Cabral dejó un notable legado cívico en APEC, el PRSC, como canciller y como empresario. Pero nunca tuvieron votos.
Ahora David Collado, portaestandarte del emprendurismo, ofrece esperanzas.
Pero estaríamos fritos si la política sigue como coto cerrado de centroizquierdistas nominales con tenues improntas ideológicas.
Todos los países admirados por nuestra clase media, como Singapur, Canadá, Noruega o Irlanda, han prosperado fomentando culturas que estimulan la empresa, la inversión, la educación y el orden público.
La pena es que Abinader haya llegado en momentos tan extraordinarios como esta pandemia y sus consecuencias económicas.
Quizás en medio de tanta bulla, con parte de su equipo creando más ruido que resolviendo problemas, el presidente debe gerenciar sus recursos humanos más como empresario que como político y desdeñar la penosa y perniciosa faranducracia.