Una gestión conuquera de “tumba y quema”

Una gestión conuquera de “tumba y quema”

Una gestión conuquera de “tumba y quema”

Fidel Santana, presidente del Frente Amplio.

Lo que llegamos a ser es una recreación permanente de lo que fuimos. Cada pueblo es su historia. Somos animales de costumbres, acompañados del gusanito de la curiosidad y de la inventiva. Preferimos los lugares comunes, caminar por senderos recorridos y dormir del mismo lado de la cama. Pero nos desafían los rincones desconocidos y nos impulsa ponernos a prueba, ir más allá de nuestras propias fronteras y dar algunos pasos más de los que podemos dar, aún cuando nuestro cuerpo se empeña en mostrarnos, a través del cansancio, que llegamos al límite.

Nos forjamos como nación destilando etnias distintas. Lo que parecía debilidad ha resultado la fuerza de nuestros calcañales. A la piel variopinta ha sabido acompañarle una cultura tan festiva como colorida, a la vez tan austera y afanosa como botarate y ociosa, según vengan los tiempos y según los niveles sociales. En todas las circunstancias, eso sí, no ha faltado el rezo, el jolgorio, el trago compartido, la “habladera” desinhibida y el parecer de un presente sombrío de quienes temen a los cambios, tomando como pretexto la idea de que el pasado fue mejor.

Siglos atrás, siempre hubo quien araba la tierra con las uñas, mientras en otros el “Situado” inoculó la costumbre de esperar la llegada de los medios de vida desde el exterior, poniendo las manos para arriba. Los unos ponían pies y manos en el terreno, mientras los otros cifraban sus sueños en los pocos reales que la corona española destinaba a sus súbditos, acostumbrados a tener las espaldas dobladas solo a consecuencia de la pasividad de las hamacas y los suspiros humeantes de los “túbanos”.

En el pasado, como ahora, hubo un pueblo de interminables afanes, que partió piedras y las hizo parir y que, cuando las bendiciones mojadas del cielo escaseaban y faltaba el sustento en lo llano, no dudó en abrir senderos en las serranías, para hurgar surcos de vida en sus entrañas fértiles. Y hubo otro que, escoltado por fieles canes, se hizo montero, siguiendo el rastro del cimarronaje, mientras huía de todo esfuerzo sostenido.

Climas imposibles, sofocantes repechos, enjambres de insectos mórbidos y soledades siderales, junto a la defensa del territorio, amenazado por invasores insomnes, forjaron, en unos y otros, el carácter de cazadores ágiles, imbatibles macheteros e invencibles combatientes. La variabilidad de las formas de trabajo forjó a hombres y mujeres con un estilo de vida tan flexible como las plantas endémicas, acostumbradas a las ventiscas furiosas de los huracanes. A unos los ayudó a forjar la paciencia de los productores persistentes, a otros el impulso de la búsqueda incesante, día tras día. El limitado mercado hizo la otra parte para mantenernos en una economía de subsistencia.

Los despeñaderos históricos por donde hemos fluido nos trajeron una peculiar modernidad y nos han dejado heridas culturales profundas e inesquivables. Aunque muchas veces no entendamos la genética de diversos comportamientos del presente, lo cierto es que persistimos en prácticas “matusalénicas”, aunque aparezcan enmascaradas en la desmemoria carnavalesca inculcada desde el poder.

En esos derroteros, el conuquismo de “tumba y quema” heredado de los indígenas se me antoja la fuente de la informalidad y del chiripismo que hoy nos arropa. La estrategia del “chiripeo” se resume, en el orden económico, en andar haciendo una cosa hoy y otra mañana, dependiendo de si llueve o si no. Se sabe de todo y, a la vez, en nada se es especialista. Hacer “lo que sea” es su máxima moral. Pero sus resultados son tan pírricos que al final de cada tarde se regresa a la incertidumbre de no saber dónde encontrar “lo que sea” para comer al día siguiente. A pesar del paso de los siglos, seguimos atados a esta torcida tradición, no sólo en la actividad agrícola. En el plano político lo hemos padecido como accionar cortoplacista, orientado a favorecer intereses egoístas e inmediatistas, sin rumbo cierto sostenible.

Rodando en vagones distintos, pero montados en el mismo riel, también siguen presentes las viejas prácticas de los “maroteros” y los “vividores”. Ambos fenómenos se originaron en la ruralía, varios siglos atrás, y tienen en común el aprovechamiento de los frutos que no son resultado del trabajo propio. “Marotear” ocasionalmente frutas silvestres en tierra comunera o de particulares, en un territorio despoblado y tórrido, era una opción que requería poco esfuerzo. No se hacía daño a nadie y “si las frutas maduras no se los come uno, se pierden sin provecho”, solían decir sus defensores. Incluso, en su versión moderna y urbana, donde los árboles frutales eran abundantes, en las quintas periféricas de la ciudad, no se puede negar que resultaba divertido burlar las verjas de los vecindarios, para alzarse con algunos mangos, nísperos o las llamadas ciruelas o “jobos”.

Aunque pocos estudiosos destacan el contenido de éste fenómeno social, las travesuras de los “vividores” hicieron estragos en las postrimerías del siglo XVIII y los albores del siglo de la independencia. Los “vividores” tenían una condición picaresca. No se trataba de una actividad ocasional sino de un modo de vida. Una acción consciente de búsqueda de los frutos del trabajo ajeno. Un acto calculado de robo, que buscaba disimularse con el “maroteo”, aunque no pretendía satisfacción inmediata sino la acumulación de bienes y el despojo. Esta conducta social también evolucionaría para aposentarse en núcleos privilegiados y burocráticos mayormente citadinos y, aunque no ha dejado de tener expresiones en el lumpenaje del populacho, construiría nido permanente entre funcionarios públicos adictos a lo ajeno.

Hoy, como en otras circunstancias aciagas, la incertidumbre generada por la pandemia Covid-19 nos coloca de frente a la persistencia de fenómenos del pasado que siguen atormentando al presente como zumbido de mosquito cuando se quiere dormir en la certeza. Como en cada recodo del camino histórico, la improvisación y el oportunismo han sido la respuesta preferida de los que dirigen. Como en “los tiempos de antes”, este comportamiento era de esperarse por parte del PLD, que en 20 años de gobierno no ha tenido un proyecto de transformaciones estructurales que beneficie al país, en su amplia diversidad social. Sus ejecutorias han sido dedicadas a dar vueltas en círculo, tratando de morderse el rabo, imponiéndonos la mismidad arcaica como amargo destino.

La gestión de la pandemia nos ha mostrado que estamos dirigidos por una fauna política con prácticas del pasado. Hasta en la más dura desgracia de la gente, las acciones del gobierno han estado determinadas por la persistencia de la cultura política “conuquista de tumba y quema”, vigente desde la fundación de la República, que sólo ve en el Estado una oportunidad pasajera para aprovecharse de sus recursos, sin importar el porvenir. El más deleznable ejemplo lo integran diversas denuncias de compras sobrevaluadas de materiales para enfrentar la pandemia y el uso politiquero de las ayudas dispuestas por el Estado. La continuidad de la corrupción, aún en tiempos de la pandemia, retrata como “vividores” indolentes al liderazgo del PLD.

Y mientras la élite morada sigue aspirando a mantenerse cubierta por la piel de pillaje de los “vividores”, como contraparte, impulsa el “maroteo” en el pueblo llano, como su anexo ingenuo, reforzando las ataduras al aparato clientelar oficialista. La gestión de la pandemia ha servido para reforzar esa vieja expresión cultural, transformada en la búsqueda de “dádivas clientelares”. Asociadas a ello encontramos el “picoteo” o “boroneo”, por parte de muchos servidores públicos que se las arreglan para “extender” sus magros salarios, a cambios de favores o servicios públicos.

Desde el poder, el PLD no ha sido capaz, ni siquiera, de contribuir a dejar a un lado la indignidad de la dádiva, para impulsar la nobleza de la solidaridad. Cada iniciativa de ayuda ha estado asociada al chantaje politiquero, a la búsqueda del sometimiento de toda voluntad independiente y al esfuerzo mil veces fallido de imponer un candidato sin futuro. Persisten en patinar en el lodo, aunque tengan que profundizar los daños ya ocasionados a la institucionalidad y a la vida social y política del país. Como el que se está ahogando, hecha manos a todo lo que está cerca para llevárselo al fondo.

Ese proceder de ineficiencia, de imprevisión, de oportunismo, de pillaje y de miopía, nuevamente nos obligarán a empezar casi de cero. Esta vez ni siquiera los que han descansado en la tranquilidad de las remesas podrán seguir reeditando el “Situado”, originado en los grandiosos esfuerzos de los “Re-situados” en la diáspora. Por suerte, tenemos la otra vertiente de la cultura y la historia que nos han dotado de las capacidades mas inimaginables para enfrentarnos a las dificultades. Desde esas reservas morales y de trabajo el pueblo ha construido ya el camino del cambio, para emprender nuevamente la búsqueda de soluciones duraderas. El primer paso es salir del PLD. Avancemos.