Una confrontación que no debe detenerse

Una confrontación que no debe detenerse

Una confrontación que no debe detenerse

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. La decisión del presidente Abinader de declararle la guerra sin tregua a la delincuencia es, sin dudas una de las decisiones de mayor relevancia que ha asumido el ejecutivo desde la toma misma del poder tras las complejas y difíciles elecciones que desalojaron del poder a la organización política más corrupta y perversa que se haya conocido en la historia de la República Dominicana. Muy similar a la de la independencia del Ministerio Público.

No obstante, la ciudadanía sufre la aprensión y el temor de que sectores interesados y subrepticios enemigos de la nación hagan valer sus influencias y poderes y procuren, por todos los medios, que esta cruzada se detenga en vez de proseguir impertérrita e indeclinable como esperan con ansiedad la ciudadanía y todos aquellos dominicanos que aman a su país, y que, a pesar de todas las recaídas, siguen creyendo en la posibilidad de un futuro más promisorio y esperanzador.

Bueno es entender que es la patria lo que está en juego. Es su memoria histórica que tiene en el patricio Juan Pablo Duarte su más elevado símbolo. Es su presente y su futuro como nación libre, soberana y próspera. Es el destino de sus hijos. Estas manifestaciones de degradación y de traición deben ser combatidas sin tregua. Sin piedad ni vacilaciones.

Si Abinader mira frontalmente la bandera tricolor, sabe que su compromiso, como el horizonte azul y blanco de nuestros cielos no tiene límites y que es preciso, de una vez por todas, sanear la patria del cáncer que, desde hace muchos años ha venido extendiéndose en sus entrañas y que amenaza con destruirla y liquidarla.

La lucha contra el crimen debe proseguir sin ninguna clase de tregua ni de tolerancia y que el lema de que el mejor criminal es aquel que se encuentra tras las rejas o a seis pies bajo tierra es el mejor de todos.

La radical reforma de la Policía no debe quedarse en medias tintas. Hay que seguir con los operativos anticrimen cada día, cada hora, cada minuto.

Es preciso que esta confrontación no se detenga ni disminuya en intensidad. El presidente Abinader debe hacerse el sordo frente a quienes le aconsejan en sentido contrario a esta guerra sin cuartel y separar definitivamente de su lado a quienes le susurran al oído que ya basta, que esta actitud tan drástica contra la delincuencia no es conveniente.

Por el contrario, hay que proseguir hasta las últimas consecuencias con este proceder sin detenerse ni un solo segundo.

El presidente y quienes les son leales saben a la perfección que están obligados a acogerse al mandato decisivo del pueblo que los eligió y que este brote de salvajismo y de perversidad del pandillerismo criminal y asesino debe ser erradicado a las buenas o a las malas sin que importen los sacrificios que sea necesario hacer.

Como se estila en específicas escenas históricas y personajes de todos conocidos, cualquiera que se le aproxime al ejecutivo en procura de frenar estos esfuerzos, es un mercader que está profundamente comprometido con los antisociales.

Solo que no basta con la lucha contra la delincuencia. Tal y como se ha procedido hasta ahora, es preciso que se comprenda de una vez por todas que República Dominicana no va a ceder a los reclamos interesados de que el país o el pueblo cedan ni un centímetro en permitir la instalación de campamentos de refugiados en territorio dominicano o permitir la entrada a territorio dominicano a haitianos o fusionar directa o indirectamente los dos pueblos. Nunca jamás.

El argumento dominicano, el sacrificio de su pueblo y sus instituciones ya ha sido predicado y conocido por todos. República Dominicana ha sostenido sobre sus hombros un país y un pueblo devastados y sin esperanzas de ninguna índole ni a corto ni a mediano plazo.

La presencia haitiana en República Dominicana es un peso muerto intolerable y la política de expulsión masiva y fronteras radicalmente cerradas no debe ceder ni un centímetro. Ningún dominicano, salvo los interesados y los traidores, estaría de acuerdo con abrir las puertas de par en par a quienes en el pasado nos ocuparon, nos humillaron, nos asesinaron, procuraron liquidarnos y destruirnos.