Una batalla descomunal

Una batalla descomunal

Una batalla descomunal

Roberto Marcallé Abreu

Cuando uno arriba a la Patria, lue go de casi dos años de ausencia, y se conversa con amigos y conocidos y observa con ojos escrutadores la cruda realidad, resulta posible hacerse a la idea de las dimensiones abrumadoras de la tarea a ejecutar por los dominicanos con la dirección insoslayable de su Presidente, su señora esposa y sus más dedicados asistentes y correligionarios.

Bastaría con observar el ejemplo del Presidente en mangas de camisa socorriendo a los damnificados del reciente fenómeno atmosférico. Es insoslayable reconocer que los problemas son muy serios y que solo la participación masiva de las denominadas fuerzas vivas de la nación y el pueblo harán posible o permitirá el retorno a la tan anhelada normalidad.

Es un hecho cierto que el país debe ser reconstruido en lo físico y en lo moral. Todos sabemos que hay dispersión y enemigos al acecho.

Atrás hemos dejado una de las etapas más oscuras de nuestra historia, en la que nuestro espíritu aguerrido y los grandes ideales y propósitos rodaron estrepitosamente por el fango.

Solo que los remanentes persisten, Tras la distorsionada y equívoca apariencia de progreso y desarrollo, los gobiernos previos violaron todos los límites en el uso y abuso de las capacidades y recursos de la nación, desencadenando un desorden y una dispersión sin precedentes. Dejando detrás un país material y espiritualmente devastado.

El presidente Abinader y las fuerzas vivas de la nación han recibido el regalo envenenado de un gran desastre, de una terrible dispersión, de un estado de crisis, improvisación, mentira, falsedad, desvergüenza y degradación. Solo que el país ha decidido retomar su camino.

El Ejecutivo es un hombre apacible, pero enérgico. Un trabajador incansable con una visión global de lo que es y debe ser, de lo que somos los dominicanos y de nuestras metas nacionales. No le asusta el reto de haber recibido un país en condición terminal gracias al vicio, la mala administración, el robo, los apetitos de poder y riqueza.

La tarea a ejecutar ha sido descomunal en estos dos años transcurridos. Lograr que la nación se levante nuevamente tras el caos casi absoluto de las pasadas administraciones y en el contexto de un mundo devastado ha sido terrible. De la nada, y con el esfuerzo decidido de nuestras mujeres y hombres el edificio de la Patria asoma nueva vez con otro rostro y edificantes perspectivas.

Se ha frenado el saqueo descarado y el dispendio irresponsable. Existe rigor y conciencia en el manejo de los negocios del Estado. Se realizan esfuerzos para retornar al sosiego. El ciudadano común, profesionales, empresarios, comerciantes, la docencia, el campo, los hombres y mujeres de armas saben lo que está en juego y que este es un momento decisivo. Es la oportunidad otorgada por la Divina Providencia para enderezar los rumbos equívocos o retorcidos.

Se libra una batalla descomunal en la que no hay ni habrá sosiego, ni reposo, ni descanso. Se ha arrinconado lo que podía calificarse como libre tránsito de estupefacientes. Pandilleros, ladrones y asesinos siguen haciendo uso de los espacios creados con la anuencia y respaldo del oficialismo en regímenes anteriores, pero sus dimensiones se reducen y las capturas de alijos se multiplican y la influencia social del crimen disminuye aunque no deja de ser un monstruo de mil cabezas.

Es preciso insistir en la obligatoria institucionalidad en la conducción de los asuntos del Estado. Es preciso erradicar el crimen, la delincuencia callejera, castigar a los culpables y a todo aquel que incurra en conductas deleznables.

Es fundamental tener bien claro el problema que para los dominicanos representa la situación haitiana. El presidente Abinader está cumpliendo rigurosamente con el propósito de devolver el país a los cauces de la institucionalidad y la normalidad.

Ese ejercicio es el intento más trascendente que se ha realizado hasta ahora y cuyos resultados serán los de impulsar el desarrollo, el progreso, y la plena recuperación de un pueblo cuyos ciudadanos miran a lo lejos con una sonrisa y la esperanza y la fe tatuados en sus almas y en sus corazones.



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