MANAGUA, Nicaragua. Una vez más, apenas en contados meses, he vuelto a observar el volcán Masaya, distante a menos de una hora de esta ciudad.
Mirar hacia esas profundidades, la impresionante formación rocosa, las nubes de humo que ascienden y ese temible lago de fuego al rojo vivo donde yacen todos los misterios del universo, nos obliga a pensar en nuestra existencia y lo impredecible de nuestros particulares destinos.
Días atrás amigos de muchos años me enviaron desde la Patria cercana y distante una lista de personas objeto de fama pública recientemente fallecidos.
Así como arribamos a este mundo por un azar inexplicable, de similar manera debemos dar las gracias por los años vividos, las experiencias acumuladas, los placeres y angustias disfrutados y padecidos
Uno aprecia el mar y el cielo y su diversidad de gloriosos matices de azul y luego nuestra propia vida interior. La decisión correcta, se reflexiona, es hacer cuanto bien nos sea posible. Como seres conscientes, somos una hermandad infinita en el espacio y el tiempo. Cada gesto, por intrascendente que sea, afecta toda la humanidad.
Es el denominado “efecto mariposa”. Su simple, aunque maravilloso desplazamiento, supone una profunda motivación: todo nos concierne y nos involucra.Vivimos una época desbordada de preocupaciones y riesgos.
La pandemia nos ha afectado gravemente, pero nos ha abierto los ojos. Hace poco, una apreciada amiga del viejo continente a quien distingo por su cultura e inteligencia, me adelantó que a la humanidad y al mundo les aguardan transformaciones profundas y no todas para bien.
Me habló de la solidez y debilidad de las denominadas monedas duras y, con evidente desconsuelo, calificó como devastadores y frustratorios los esfuerzos para enfrentar esta enfermedad tan compleja y misteriosa.
Le respondí con el lugar común de que la existencia humana se califica por su actitud ante los desafíos.
El Hombre ha confrontado situaciones complejas desde siempre. Nos hemos visto al borde de la extinción y ni en ese caso extremo hemos cedido al desconsuelo y la derrota. Nos resguarda la persistencia de los esfuerzos, la actitud indeclinable, la búsqueda perseverante de opciones.
Muchas noticias nos pueden parecer frustratorias o amargas. En su generalidad, tienen que ver con la persistencia del virus Covid-19, sus mutaciones, el daño terrible que ha provocado a las economías y a los esfuerzos más sapientes de la humanidad para confrontarlo.
Es preciso, en estos momentos, depositar nuestra fe en la actitud indeclinable del ser humano, en su incansable disposición de dar la cara a la adversidad, sin que importen o cuenten los sacrificios a fin de alcanzar condiciones superiores de vida.
Uno de mis profesores en el año final de Filosofía y Letras en el Colegio Calasanz, de apellido Miniño y quien residió en Alemania tras su derrota en la segunda guerra mundial, nos mencionaba con asiduidad los esfuerzos inauditos de sus ciudadanos para reconstruir un país devastado por la guerra, el descrédito ante el genocidio contra millones de judíos, la ruptura de la unidad territorial, los daños provocados a la humanidad, los asesinados y mutilados y el gran sufrimiento infringido a mujeres, niños y hombres.
Hoy Alemania es una de las naciones ejemplo del mundo. Es preciso mantener la fe, la esperanza y los sueños. Lograremos superar nuestros males y todos y cada uno de los retos que la vida nos depara. Para eso y por eso somos carne viva, sueños y propósitos.