MANAGUA, Nicaragua. Apenas es un retorno por contados días a la tierra que nos vio nacer y uno se hace a la idea de que es similar a otros, pero no.
La ausencia tiene un peso específico, y una dimensión espiritual ilimitada y, muy despacio, empiezas a descubrir que son muchas las realidades que están cambiando que te sorprenden y que la persona que eras está quedando atrás, y quienes te rodeaban se han ido transformando en fantasmagorías de un pasado que ya no habrá de volver.
Solo algunos, muy pocos, aquellos a quienes conociste una vez y desde siempre, a los entonces amigos, compañeros de ruta, confidentes, compromisarios de toda una vida y de tantos momentos, miedos y secretos compartidos, permanecen de pie, como esas estatuas de bronce que miran con ojos fríos a la lejanía azul y verde del mar silencioso e impredecible, en la angustiosa expectativa de lo insólito, lo inesperado.
He recorrido calles y aceras de todo Santo Domingo y de algunos lugares del interior, he visitado lugares que una vez frecuentaba y he salido de allí un tanto sorprendido por lo que me susurran la mente y el corazón. Camino por el Mirador del Sur, la Luperón, el extenso tramo que va desde Manresa hasta el puente de pontones, de la George Washington, la Avenida Bolívar, la Núñez de Cáceres, me he internado en la Ciudad Colonial, en Ciudad Nueva, en San Carlos, en Villa Francisca, en Villa Juana…
Nuestra percepción anterior de las imágenes y las personas se va transformando. Se suman inconscientemente alteraciones, conductas, actitudes, hacemos la contabilidad de las transformaciones que sufrimos y observamos, y nos percatamos al final que hay una esencia que permanece, pero que es mucho lo que hemos ido cambiando con la marcha incesante e indetenible de los días, las semanas, los meses, los años…
En horas de la noche, recorrí calles silenciosas, la 27 de febrero, la Núñez de Cáceres, me interné por la Kennedy, la Churchill, la Lincoln, la Lope de Vega. Pocas personas, contados vehículos. En El Mesón de la Cava, en la Mirador del Sur, un público que debía ser de clase media, disfrutaba alegre de la brisa nocturna en una gran terraza al aire libre. Muy apacibles y risueños, mientras, en lo alto, el cielo exhibía un manto de estrellas maravilloso y una luna espectacular.
En el día me interné por la avenida Mella, a la que han cambiado de sentido y la verdad es que sentí una gran tristeza al conversar con varios conocidos que fueron vendedores de joyas muy prósperos en otros tiempos, pero que ahora se les veía sumidos en una pobreza y un decaimiento devastadores.
Los negocios de la zona hace años que se arruinaron. Penetrar por las calles José Martí, por la Abreu cruzando la París hacia Villas Agrícolas fue una experiencia amarga y deprimente, al igual que el recorrido que hice por la avenida Duarte, donde los negocios se recuperan despacio tras la pandemia, nunca con el esplendor de otras épocas. Descender hasta la calle Mercedes fue tropezar con un panorama que no ha cambiado en decenas de años.
En los amigos y conocidos con los que hablé, noté la dualidad entre los logros del presidente Abinader y su gobierno y lo mucho que aún resta para retornar a lo que llamamos normalidad. La situación externa no ayuda, expresaron. Apreciado así, como un vistazo panorámico e íntimo, uno siente que el ejercicio de ocho años del gobierno anterior y el devastador paso de la pandemia han dejado a un dominicano diferente, de sentimientos encontrados y ambiguos, poco estable.
Para la generalidad de las personas con las que conversé, contar con una persona ecuánime, conocedora, experimentada y visionaria al frente de los destinos nacionales como es el caso del presidente Abinader, es un factor de esperanza y estabilidad expectantes.
En lo personal, sentí la ausencia de muchos conocidos, los enormes esfuerzos que será necesario realizar para retornar al camino de la normalidad, y para alcanzar el propósito de colocar nuestro país y a nuestro pueblo en una situación donde la alegría y la felicidad sean realidades asequibles.
Solo que aún el camino es largo y plagado de dificultades. Un gran reto que debemos afrontar sin vacilaciones y sin titubeos.