Vivimos en una carrera, de un lado para otro, resolviendo cosas, apagando fuegos, trabajando, cuidando a la familia y tratando de hacer lo que creemos que nos hace feliz o por lo menos amortigua los niveles de estrés y presión de los tiempos actuales.
Y en esa dinámica, nos manejamos como autómatas tachando pendientes de nuestra agenda y anotando los del día siguiente. Pocas veces nos detenemos a pensar y mirar desde afuera el remolino de nuestras vidas, así que las ovejas de un rebaño no se comparan a lo que hacemos día a día: seguimos órdenes nuestras y de otros, pues hay objetivos que cumplir y metas a las cuales llegar.
Te has preguntado, al llegar a una de esas tantas metas propuestas en el libro de sueños, qué tanto has sacrificado de ti mismo en esa carrera loca, a qué personas queridas has perdido en el camino y si realmente vale la pena el sacrificar tu verdadero yo, esencia, alegría y personas que amas por decir y sentir que has logrado y acumulado cosas, éxitos y hasta dinero.
Con esto no digo que no luchemos por los sueños o ganemos dinero, todo lo contrario, que debemos luchar por lo que realmente nos hace feliz, pero la felicidad no es reir a carcajadas, la verdadera felicidad es aquella que, cuando llegamos a nuestra casa, nos convierte en personas satisfechas con lo que hemos logrado sin remordimiento ni lamentaciones y que lo podamos compartir con los que amamos, ya sea familiares o amigos.
Lo importante es que lo que hagamos no nos aleje de las personas que queremos.