La muralla de Santo Domingo, que aún perdura a duras penas en la otrora Ciudad de los Colones o zona intramuros, ha sufrido deterioro en su estructura a lo largo de los siglos, y más en los tiempos modernos.
Esa importante estructura merece otro trato, y que las autoridades, las de ahora y en el porvenir, tengan siempre en su agenda conservarla para la posteridad.
Esperamos que los trabajos de remozamiento que se realizan ahora en la Zona Colonial incluyan la restauración de ese patrimonio de la más vieja ciudad del Nuevo Mundo.
Es de rigor establecer que la muralla histórica, testigo mudo de muchos acontecimientos previos y posteriores al grito de independencia el 27 de febrero de 1844, debe conservarse y pregonarse su existencia a los cuatro vientos, ya sea en centros educativos, en giras turísticas, en eventos culturales, etc, etc.
En todo su trayecto, desde la parte este de la calle Las Damas, hasta concluir en el Fuerte San Gil, en el Malecón, hay amplias áreas de la muralla que deben restaurarse, en especial la que corresponde a la parte norte, donde el deterioro es más que progresivo.
A mediados de la década del 50 del siglo pasado, Trujillo y el dictador español Francisco Franco acordaron restaurar parte de la muralla, para devolverle su legado arqutectónico hispano.
En 1967 inició el proceso de revalorización de la Zona Colonial, y en esos afanes se le cambió más del 60% con tal de devolverle su aspecto original.
A principios de la década de 1970, cuando el gobierno de entonces se encargó de la reconstrucción de la muralla, a partir de ahí es muy poco lo que se ha avanzado.
Esperemos que haya motivos suficientes para el rescate de la muralla que da realce a la Zona Intramuros. La otrora estratégica estructura militar hace rato da señales de emitir un SOS, en reclamo de que se le reconstruya y cuente con un mantenimiento sostenido.