Relato. Hace hoy cincuenta y dos años de la muerte heroica de Amaury Germán y sus compañeros, Bienvenido Leal Prandy –La Chuta-, Ulises Cerón y Virgilio Perdomo, caídos tras darle al mundo una conmovedora prueba de valor y conciencia revolucionaria, al enfrentarse a las tropas que en abrumadora ventaja numérica y material les dieron muerte.
Los conocí a todos, en la militancia común en el mismo partido. Pero al que mejor conocí y con el que más cercanía tuve fue con Amaury.
Lo conocí en los días aciagos de la guerra de abril de 1965, seguido me llamaron la atención algunas condiciones de las cuales era portador aquel jovencito, casi un niño, pero reflexivo, maduro en sus opiniones. Ajeno a la fanfarronería.
Cuando la guerra terminaba visité junto a él la casa en que se hospedaba su tío Héctor Aristy, donde también conocí a esa celebridad que fue el comandante Pichirilo Mejía.
Siempre que viajaba desde mi campo a diligencias políticas en la capital, procuraba encontrarme con Amaury y escuchar sus recomendaciones. En 1967 fui enviado por el 1J4 a estudiar en China. Amaury permanecía en Cuba y no fue sino al retorno de ambos, en 1968, cuando volvimos a encontrarnos y tratarnos más de cerca.
Ya él estaba comprometido con los planes de guerra del coronel Francis Caamaño, su situación era materialmente muy difícil y prácticamente me lo llevé para la casa de la parte alta de la capital donde vivíamos Dulce y yo.
Primero a él y poco después, a su esposa, Sagrada Bujosa.
Tuve tiempo suficiente para hablar con Amaury. La guerra de guerrillas era un tema muy frecuente, como debía ser en esos tiempos en que casi toda la izquierda tenía como lema aquello de: Prepararse seriamente para la guerra.
Como Amaury tenía altos conocimientos sobre esa materia, yo lo invadía a preguntas. Una vez hablábamos de la organización de las emboscadas y cómo batir al enemigo cuando caía en ellas. Y si somos nosotros los que caemos en la emboscada del enemigo, le pregunté.
Tratar de romperla por el punto que parezca más vulnerable, me dijo. Y si se hace imposible evadirnos, insistí yo. Ahí, con una convicción inquebrantable, me dio una respuesta contundente: Entonces, pelear hasta morir heroicamente.
En una sublime muestra de correspondencia entre las palabras y los hechos, eso hizo Amaury cuando se vio cercado y sin posibilidad de escapatoria por las tropas enemigas.