¿De dónde nos viene la fe?
Cuando se le mira desde el punto de vista de las creencias articuladas (tienen concepción del mundo, doctrina, misterios, panteón, ministros…), la respuesta puede ser: nos viene del reconocimiento y aceptación de Dios hacia nosotros.
Desde el punto de vista del escribidor, es más simple: la fe es inevitable, multiforme, y la desarrollamos por el roce o choque entre los instintos y la carga social. Si los instintos están en nuestra naturaleza, la cultura no. A esta última la impone el medio.
¿Qué hago aquí? ¿Qué es esto en medio de lo que soy? ¿Qué será del mundo y de mí? Son preguntas nacidas de la conciencia de ser, de la curiosidad y de la angustia. La conciencia empuja a la asunción de papeles, los instintos a la política; la curiosidad está en el origen de los credos, las filosofías y la ciencia; la angustia está en la base de la desesperación y su alivio en la fe.
La pugna de religión, filosofía y ciencia por hacerse con el corazón de la humanidad es antiquísima. La primera promete un supramundo, la segunda una explicación de los mundos y la tercera el conocimiento y los instrumentos para la administración del mundo según nuestra posición y destrezas. Depende cuál se haya insinuado primero en la mente (y los juicios y prejuicios con los cuales se les haya recibido), así será la postura del individuo ante las otras.
De la tríada precedente la más útil es la fe. No te vas a librar de la curiosidad y sus consecuencias, no tienes manera de guardarte de la angustia. Por la satisfacción de una y por el alivio de la otra puede hacer mucho la fe, que alimenta la confianza en sí mismo, fortalece en la esperanza y ennoblece los instintos en la lucha con la adversidad.
La fe es inevitable, como lo son la curiosidad y la angustia, pero puede ser rechazada. ¿Por qué ha sido despreciada por el intelectual y el científico? No lo sé, pero sospecho de la arrogancia (uno de los disfraces de la fe en las fuerzas propias, en el método o en la técnica).
Vista la fortaleza que da al individuo cuando se la cuelga de una promesa, vista la cohesión que confiere al colectivo cuando se la enfoca en un líder, vista la posibilidad de fortalecerse en ella, ¿por qué dejarla como pábulo de científicos, intelectuales, políticos y religiosos?
Acaso ayude cultivar la fe del intelectual en sus explicaciones, la del científico en su saber y en sus instrumentos, la del creyente en la elaboración del supramundo contenida en los credos. Pero, ¿qué hacer para alcanzarla?
No lo sé, ¡a seguir buscando, pues!