A nadie que tenga dos dedos de frente, salvo por mezquindad, envidia, injusticia, rencor, odio, maledicencia, perversidad o simple oposición política sin propósito, se le ocurriría apostar al fracaso de una gestión gubernamental, independientemente de si ha sido o no su elección en las urnas que sustentaron el proceso electoral, en el que fuera escogida en su momento.
Esto es así, porque el éxito o el fracaso de un Gobierno impacta directa y visceralmente a la sociedad que, en definitiva, es la depositaria de las acciones y de las decisiones que haya de tomarse en la aplicación de políticas públicas, que son responsabilidades primarias de quienes ostentan el poder.
Recuerdo a un hoy expresidente de la República decir con insistencia, cuando se le quería asemejar con el que después fue su antecesor, además, de compañero de partido, decir una y otra vez en cada entrevista “que cada quien tiene su librito”, y así es y ha sido hasta ahora.
De los últimos tiempos, hay que resaltar el hecho de que la primera administración que encabezó el presidente Luis Rodolfo Abinader Corona (2020-2024) que concluye el próximo viernes, para dar inicio a su segundo mandato (2024-2028) ha sentado precedentes en cuanto a la continuidad del Estado, lo que le ha merecido el reconocimiento por parte de amplios grupos de la población.
Aunque también hay que señalar que, como en el pasado esa práctica no fue nada común, también ha encontrado el cuestionamiento de algunos que entienden que deben producirse cambios y rupturas bruscos, porque, entonces, sería siempre un “más de lo mismo”.
Me inclino por la visión que conlleva al seguimiento de las políticas de Estado, las favorables, las bien ponderadas, las que favorecen a las mayorías, sin desvincular la acción de una perspectiva más amplia que incluya la importancia del cambio, la evaluación, la participación ciudadana y el diálogo constructivo, que permitan construir sociedades más justas y prósperas.
El próximo viernes 16 de agosto, Día de la Guerra de la Restauración (1863-1865) cuando los dominicanos rindamos honor a los héroes de esa gesta patriótica y titánica también conocida como El Grito de Capotillo, el presidente Abinader Corona y la vicepresidenta, Raquel Peña, quienes encabezarán los actos de la efeméride, también se estarán juramentando para su segundo mandato constitucional (2024-2028).
Lo harán en un escenario nuevo, diferente, envolvente: la Sala Principal Carlos Piantini, del majestuoso Teatro Nacional Eduardo Brito, donde deberán darse cita más de catorce (14) jefes de Estado y primeros ministros, quienes, junto a los funcionarios gubernamentales e invitados nacionales, sobrepasan las mil personas, de acuerdo a la planificación del Ministerio de Relaciones Exteriores (MIREXRD).
Este cambio de lugar para la sesión conjunta del Senado de la República y la Cámara de Diputados, que se convierten en Asamblea Nacional para la juramentación presidencial y vicepresidencial, no ha dejado de generar quisquillas entre unos pocos, aunque sin sostén técnico, legal y mucho menos patriótico.
Muchos consideran, y me inscribo en esta creencia, que el cambio de lugar para la Asamblea Nacional y la juramentación para el segundo mandato es una buena señal de parte del presidente Abinader Corona y de su equipo para compartir algunos de los perfiles que podría tener esta nueva gestión gubernamental.
Se prevé que el segundo mandato del Partido Revolucionario Moderno (PRM) estará cargado de innovación, creatividad, análisis, adecuadas herramientas para la toma de decisiones y un gran espíritu colaborativo para aprovechar las oportunidades en la promoción del desarrollo social integral, el crecimiento educativo, moral, emocional, cultural y económico y el alcance de mejores niveles en la calidad de la vida de la gente.