Dar es un gesto hermoso, sobre todo cuando damos aquello que necesitamos, pero que alguien necesita más. Imaginen ustedes cuando lo que damos es parte de nosotros mismos.
La donación de sangre es una de las más puras muestras de amor y solidaridad. Tanto cuando lo hacemos por un familiar o amigo, como cuando lo hacemos para que esté disponible a quien la necesite.
Cuando alguien requiere una transfusión es porque está en grave peligro, muchas veces conectado a una máquina.
Recientemente viajé a Santiago en plena madrugada para donar sangre a alguien que necesitaba con urgencia mi mismo tipo. Desafortunadamente en esta ocasión no califiqué por tener bajo uno de los parámetros.
Viendo el esfuerzo titánico de esa familia por conseguir donantes, me puse a reflexionar sobre la importancia de promover la cultura de la donación de sangre.
La primera vez que doné tenía apenas 16 años, en una jornada de la Cruz Roja que visitó el Politécnico Loyola. Recuerdo que por ser menor necesité una carta de mis padres. Decenas de jóvenes también lo hicieron.
Desde entonces dono sangre una o dos veces al año, y estoy seguro que muchos de ellos también lo siguen haciendo.
Así mismo se requiere personal con vocación de servicio para que quien decide donar reciba un trato acorde con su noble gesto. Esa es otra gran debilidad.
Dar nuestra sangre no nos quita vida, pero puede darle la vida a alguien más. La sangre no tiene valor porque no tiene precio.
No hay laboratorio ni empresa que pueda fabricarla. Solo nuestros cuerpos y el amor al prójimo pueden hacer ese milagro.
Te invito a que sientas la satisfacción de ser donante.