Que una mentira sea repetida mil veces no la convierte en verdad. Que un cantante tenga millones de seguidores no significa que necesariamente este sea un artista con calidad.
Lo mismo pasa con las ideas. Un error es un error, aunque todos los habitantes del planeta digan lo contrario.
Y eso es exactamente lo que pienso sobre la construcción de un muro o verja en la frontera domínico-haitiana con la pretensión de frenar el contrabando de mercancías de todo tipo, así como la migración ilegal. Miles de millones de pesos para un absurdo.
Ignoro qué le habrá picado al presidente Luis Abinader, al Administrativo José Ignacio Paliza y a otros connotados dirigentes del PRM, que hoy defienden lo que tan acremente criticaron desde la oposición.
Como quien sufre de amnesia, el pasado domingo el presidente Luis Abinader se sentía orondo frente a Pelegrín (Castillo) y destacaba la importancia de la obra que dejaba inaugurada en Dajabón.
Dijo que su Gobierno invertiría 1,750 millones de pesos para construir unos 54 kilómetros de la verja (siempre evade usar la palabra muro).
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Pero hace apenas cuatro años, para Abinader más que un muro hacía falta hacer cumplir la ley de migración, llevar militares suficientes y con un salario digno, además del uso de tecnología.
A su vez, el destacado dirigente Eduardo Sanz Lovatón, hoy director de Aduanas, declaró en el 2014 que un muro era “simplemente una locura”. Con sobradas razones, el dirigente político y abogado advirtió que la historia ha demostrado que “eso no ha funcionado jamás”. Tenía razón.
José Ignacio Paliza fue más allá y dijo que el muro sería “un gran negocio que no resolverá nada”. Esto sigue siendo cierto, aunque Paliza apoye ahora la “empalizá”.
Dos o tres ejemplos deberían ser suficientes para entender lo inútil de construir muros para proteger la soberanía de una nación: la Gran Muralla China al final no impidió que los mongoles con Gengis Kan al frente terminara conquistando el gigante amarillo, y más allá.
Tampoco las murallas impidieron que el sultán Mehmed II y los otomanos finalmente se adueñaran de Constantinopla.
Más cerca, la construcción de un muro (ultramoderno y caro) en la frontera con México no ha servido para impedir la entrada de inmigrantes y mucho menos cargamentos de cocaína provenientes del sur para las anchas narices norteamericanas.
Y si no ha servido allá, qué hace pensar a nuestras autoridades que una “ñinga” de verja detendrá a un hombre hambriento, a un desempleado a quien están esperando para darle trabajo del otro lado y con ello el alimento para su familia.
La necesidad tiene cara de hereje y puede llevarnos a volar muros a cruzar los mares, a enfrentar, incluso, a los riesgos más grandes que alguien pueda imaginar.
Fue así como el ser humano conquistó el planeta.
En lugar de construir un muro que apenas servirá para agradar a los abanderados de un nacionalismo tan trasnochado como mal entendido, esos recursos deberían ser utilizados en obras como hospitales, carreteras, pequeñas granjas y escuelas.
No olvidemos que los muros son más mentales que otra cosa. Y en el caso del que nos ocupa solo hará más caro, a costa de los contribuyentes dominicanos, el cruce de allá para acá. Más nada.