Un mundo perturbado y desconcertante

Un mundo perturbado y desconcertante

Un mundo perturbado y desconcertante

Roberto Marcallé Abreu

MANAGUA, Nicaragua. Si existe un real antídoto contra la depresión, la tristeza y las agresiones del mundo exterior, y me refiero tanto aquellas que debemos padecer cada día como coexistir con cierta clase deleznable y repugnante de personas, es la lectura.

Leer, estar al día en numerosas disciplinas, dar seguimiento a las nuevos títulos y autores que el mundo nos ofrece, es un verdadero respiro y una compensación para el espíritu.

Lo es, también, contemplar la naturaleza y sus maravillosas manifestaciones, dialogar con quienes representan una luz para nuestro ámbito espiritual, meditar en la bondad y los atributos de quienes aún creen en el valor intrínseco de las cosas y conocer esas verdades en las que se manifiesta lo mejor de la condición intrínseca de mujeres y hombres como predicaba Andrés Malraux.

Nos sentimos abrumados por el conocimiento de que la pandemia ha provocado terribles trastornos a todo y a todos, y que los daños llegan más lejos de lo que imaginamos y de lo que comúnmente se habla. Un mundo y una sociedad que, de por sí, ya venían arrastrando las más oscuras taras y desquiciamientos que la mente y la inteligencia pueden concebir o imaginar.

No solo se trata de las muertes, las enfermedades y el gran sufrimiento que unas y otras suponen. Existe un sinnúmero de manifestaciones en las que resulta evidente que la sociedad y el mundo que hemos heredado de la enfermedad y del pasado siglo están gravemente afectados por espantosos y horribles males.

Creo que muchas personas coincidirán con el criterio de que nunca, como en estos tiempos, hemos visto tantas atrocidades, crímenes, comportamientos anómalos e irracionales. Ahora comprendo en toda su profundidad las razones que tenía la intelectual y amiga Elizabeth Quezada cuando me hizo partícipe de sus reflexiones sobre el desconcierto que le provocó mi novela “Rastros de cenizas” que, debo informar, terminé de escribir semanas antes de que la pandemia trastornara todo cuanto éramos como seres humanos y el mundo que conocíamos hasta ese momento.

En esa novela se describe una sociedad feroz e implacable, absolutamente cruel e inhumana donde el ciudadano es utilizado como conejillo de indias por círculos de inmenso poder universal e inconcebible control y dominio de riquezas, obsesionados por la ciencia y la tecnología, y en disposición de colocar esos dilatados conocimientos al servicio de la prolongación de sus vidas y sus dominios hasta extremos inauditos e inconcebibles.

“El escritor es un profeta”, me manifestó Eli Quezada entonces. “He estudiado todos y cada uno de los personajes que figuran en ese libro y no puedo negar que a cada momento me sacuden miedos muy vívidos y reales. Tratando de escapar de nuestros temores más espantosos hemos creado un mundo en el que el miedo trasciende todos los límites”.

Al pensar en sus palabras no dejo de meditar en libros como “El retrato de Dorian Grey” de Oscar Wilde, “La máquina del tiempo”, de H.G. Wells, “El doctor Jekyll y el señor Hyde” de Stevenson, en los textos de H.P. Lovecraft y de Borges sobre la inmortalidad, de Ernesto Sábato y Edgard Allan Poe sobre terrores ocultos que en cualquier momento aflorarán frente a nosotros.

Este mundo que nos ha correspondido vivir, es un mundo peligroso, trastornado, complejo, donde el mal y la perversidad dictan las pautas en tanto que el bien huye o se esconde, temeroso, buscando un refugio imposible.

Pienso y me repito que hasta que no logremos retornar a un estado de normalidad y de equilibrio tendremos que seguir tropezando con conductas impropias, el desconcierto, la confusión y hasta la locura.