Un segmento de la sociedad descrita en "Una vida muy privada" no tiene contacto físico con absolutamente nadie y cada persona habita en su propio espacio aislado.
Una joven adolescente vive en un entorno en el que tiene todas todas sus necesidades satisfechas: recibe su educación, información y entretenimiento a través de una pantalla; y la alimentación, artículos indispensables y otros servicios le llegan a domicilio, proporcionados por personas que habitan afuera.
Está aislada de la enfermedad, la violencia y otros malestares del mundo exterior, con el que sólo entra en contacto por medios virtuales.
Pero esta separación física empieza a atormentarla y escapa su «jaula dorada» para respirar el aire infectado, sentir la «mugre» bajo sus pies y entablar una relación real con un desconocido con el que se ha comunicado aleatoriamente a través un dispositivo social.
¿Te suena familiar, real, actual?
Es posible, dada la manera en la que la mayoría de nosotros hemos tratado de sobrellevar más de un año de coronavirus. Sin embargo, el relato anterior corresponde a una novela escrita hace más de 50 años, antes de las pandemias modernas, antes de internet, la existencia de las redes sociales y de las apps.
Se titula «Una vida muy privada» (A Very Private Life) del novelista y dramaturgo británico Michael Frayn, mejor conocido por sus internacionalmente exitosos dramas teatrales «Copenhague » y «Democracia», y la farsa «Entre telones» (Noises Off).
Una existencia encerrada
La idea para la novela le llegó a Frayn de manera casual, cuando deambulaba por unas calles desiertas en Estados Unidos. Un panorama similar al de las ciudades vacías durante los confinamientos.
«Recuerdo que estaba caminando un día por los alrededores de Phoenix, Arizona, por una zona bastante afluente, y de pronto me di cuenta de que no había absolutamente nadie en las calles», relata el autor a BBC Mundo.
«Por entre los árboles podías ver el resplandor de los jardines recién regados, pero todo el mundo estaba en sus casas», señala. «Y pensé que la sociedad podría volverse cada vez más así; que a medida que la tecnología avanzara, la gente podría vivir cada vez más encerrada».
Pero también le quedó claro que para que esta clase que se da el lujo de vivir enclaustrada pudiera sobrevivir, tendría que haber una contraparte.
«Es obvio que muchas otras personas tienen que existir a la intemperie aguantando el frío y el calor, para poder construir la estructura que protege a esta clase ‘afortunada’ y también mantenerla aprovisionada de comida, electricidad y comunicaciones», explica.
Fue así como creó el futuro distópico de «Una vida muy privada», una sociedad dividida entre los de adentro y los de afuera.
Los «animales»
En la novela, los primeros viven en un ambiente esterilizado, protegido y totalmente abastecido. No sólo están aislados del exterior, sino también de ellos mismos.
Cada miembro de la familia está confinado dentro de su propio espacio e interactúa con el resto a través de la «holovisión», un aparato que materializa avatares tridimensionales.
Por medio de este forman sus propios grupos sociales, trabajan, se educan, recrean e informan. El aparato les permite atisbar el mundo al otro lado de su encierro y observar de vez en cuando a la gente extraña que lo habita, a los que llaman «animales».
Mientras los animales prestan los servicios que mantienen la comodidad de la clase hermética, ellos mismos viven alejados, hacinados en decaídos edificios urbanos, entre el estiércol, el óxido, la contaminación y la peste, inhalando lo que la novela describe como la «detritósfera«.
Michael Frayn dice que es inevitable que nuestras vidas actuales se parezcan cada vez más al mundo ficticio de la novela. «La tecnología ha mejorado, las comunicaciones han progresado y cada vez más las personas sienten menos necesidad de salir de sus casas», indica.
Y «por supuesto, la similitud se ha vuelto más dramática con el aislamiento impuesto por la pandemia».
Un fábula
A pesar de que vaticina muchos de los inventos que hoy damos por sentados y que han transformado nuestro comportamiento —las redes sociales, las reuniones virtuales, las apps con las que se manipula la imagen personal, los medicamentos estimulantes—, Frayn insiste en que no necesariamente es un libro de ciencia ficción sino, más bien, una fábula.
«Tradicionalmente las fábulas se relacionan con un período indefinido en el pasado al que no podemos regresar», dice, explicando que su intención fue «escribir un cuento de hadas conscientemente situado en el futuro, pero no como ciencia o predicción seria».
«La ciencia ficción es en gran parte una fábula, cualquier cosa puede suceder y las leyes de la física se pueden romper».
No obstante, el autor aborda temas perennes y fundamentales de nuestra existencia que han cobrado particular relevancia hoy y que están interrelacionados: la soledad y la privacidad, la libertad y la estructura social, las relaciones personales y el sexo.
Estos últimos, las relaciones personales y las sexuales, son de particular interés para la protagonista de la novela, la joven Uncumber (el nombre de una santa que en español se conoce como Santa Librada o Santa Wilgefortis, patrona de las mujeres mal casadas).
Individualismo vs. intimidad
En el mundo de Uncumber los hijos llegan por encargo, con sus características físicas predeterminadas.
Y aunque al comienzo forman un vínculo con sus padres, la tendencia es distanciarse a medida que crecen hasta que finalmente todos los individuos quedan liberados de la «tiranía» de la relación paterno o maternofilial.
En cuanto a las relaciones de pareja, estas ocurren virtualmente y el sexo sucede sin contacto físico. Y el éxtasis lo alcanza cada quien por su lado, por medio de fármacos.
Frayn no nos ve muy lejos de esto.
«Creo que mucho del sexo es no participativo. La masturbación es ampliamente practicada, creo yo, y se está volviendo socialmente más aceptable», señala. «Hay un sinfín de artículos sobre técnicas de masturbación, así que es teoréticamente posible que todo eso (el sexo) se haga online, en una combinación de imágenes y masturbación».
La falta de contacto físico y el aislamiento de los personajes en la novela son tan extremos que todos los de adentro andan desnudos, y solo portan unas unas gafas oscuras con las que esconden sus ojos. Son el único refugio de su intimidad.
Anhelo por el contacto «real»
Esas relaciones virtuales, esas experiencias individuales, esa falta de intercambio íntimo entre parejas es contra lo que Uncumber se rebela. Ella quiere conocer el exterior y tener contacto con una de las «personas reales».
La joven logra conectar a través de la holovisión con uno de los «animales»: un hombre mayor, poco atractivo, calvo y que habla un idioma ininteligible. Y empieza a fantasear sobre él.
Se imagina como sería tocarlo, sentirle el sudor, el aliento, la vibración de su voz.
Encuentra una forma de escapar del hermetismo y se embarca en una aventura por territorio desconocido y peligroso, pasando hambre, frío y miedo, en busca de su enamorado.
En la conversación con BBC Mundo, Michael Frayn hace un paralelo entre el impulso de Uncumber —que rehúsa estar desconectada de la vida real que solo conoce a través de una pantalla— y la reacción de muchos a los que se les permitió salir del confinamiento de la pandemia.
«Creo que muchas personas se imaginaron a la gente retirándose dentro de sus hogares, sólo relacionándose electrónicamente con otras. Pero lo que me sorprendió fue lo poco que anticipamos el anhelo de la gente de entrar en contacto físico otra vez», observa.
La otra cara de la moneda es la circunspección que hemos desarrollado tras el largo encierro. La cautela con la que nos acercamos a otros, la desconfianza, la molestia e incomodidad que suscitan las muchedumbres.
«Es algo de lo que yo mismo soy muy consciente», comenta Frayn.
«Automáticamente busco la distancia, aunque sé que estoy vacunado y que otros también lo están, y que la probabilidades de transmisión del virus son extremadamente pequeñas. Aun así, me siento completamente feliz de estar sólo».
Sospecha que será bastante difícil regresar a esa intimidad casual con extraños que teníamos antes, como el darse la mano o un beso en la mejilla.
«Libertad pública» y «libertad privada»
Algo parecido le sucede a Uncumber en su encuentro con su enamorado. Resulta ser burdo, abusivo y mujeriego. Peor aún, el hombre quiere tener el mismo tipo de sexo del cual ella está huyendo: con fármacos y gafas oscuras que bloquean la intimidad.
Después de dejar a su amante, deambular por una región agreste y ser capturada por un grupo al margen de la ley que la lleva casi al borde de la muerte, Uncumber es rescatada por las autoridades —llamadas la»gente gentil»— pero encarcelada bajo sospecha de ser una «persona triste»; en otras palabras una «terrorista».
Su prisión es igual al espacio hermético del que escapó, su casa.
Tras pasar varios años en esa cárcel, convence a su instructor de que entiende la diferencia entre la «libertad pública» —que limita y destruye— y la libertad lograda a través de la privacidad que no transgrede a nadie.
Uncumber se reintegra en su familia, con la que comparte diversos fármacos que los hacen lamentar el haberla tenido lejos por tanto tiempo y luego sentir felices de tenerla otra vez entre sus huestes.
¿Estaremos destinados a vivir una vida polarizada entre los de adentro y los de afuera, como sugiere la novela «Una vida muy privada»?
Aunque la protagonista parece reconciliarse con su vida tradicional, la historia tiene un final ambiguo que deja la puerta abierta para otra rebelión del espíritu… y posiblemente otro escape.
«Dependemos de otras personas para todo, ya sea para nuestra supervivencia física o nuestra supervivencia emocional», concluye Frayn.