Un horizonte colmado de nubes oscuras

Un horizonte colmado de nubes oscuras

Un horizonte colmado de nubes oscuras

Roberto Marcallé Abreu

En la mesa de la sala, frente a mí y como aguardando, tengo tantos libros que aún no sé en qué orden leerlos. Todos me apasionan. El más cercano es “La autodestrucción”, subtitulado “La descomposición de la sociedad dominicana” de Manuel Núñez, 758 apretadas páginas de reflexiones sobre el complejo destino del país y sus graves inconvenientes.

Muy cerca la novela de Juan Manuel Taveras “Oranyan el africano”, 752 páginas de sabiduría. Releo “Hielo negro” de Michael Connelly, una novela sobre las dificultades de quien le interesa comprender la realidad por la que atraviesan las sociedades modernas.

Encuentro en la página 167, un escueto diálogo: “Ahora veremos cómo han cambiado las cosas”. Y, más adelante: “¿Que qué quiero? Quiero saber qué está pasando. Lo que ocurre”.

El teléfono timbra y en el otro extremo de la línea reconozco la voz del amigo José Osvaldo Leger. Solo que estoy distraído y preocupado. Las noticias provenientes de la frontera no son edificantes. Haití es una de las más sensitivas de nuestras dificultades.

Se quiera o no, las desavenencias crecen como un río en tiempos de tormenta, y su nivel de complejidad es creciente. No solo se trata de la contrariedad más evidente, sino que hemos permitido que relaciones que debieron ser normadas con prudencia y cuidado, se hayan desbordado casi siempre hasta extremos devastadores. Es difícil visualizar un futuro viable para un país como el de los vecinos, un abismo sin fondo. Nuestro manejo de las coyunturas históricas ha sido muy opaco.

La evolución de esta historia puede conducirnos a cualquier desenlace menos uno promisorio.
El manejo de nuestra situación como país desde el 1961 en adelante no ha sido el mejor. Haber estado ausente por tres años te obliga a mirar República Dominicana con diferentes ojos.

El corazón late atropelladamente y la mente se vierte en un estado complejo y, entonces, sufrimos colectivamente un ataque de pánico. Visualizar tan de cerca cuanto ocurre me hace temer hasta lo menos concebible. Es para sentir un estremecimiento y un gran vacío.

Los días transcurridos desde mi llegada hace 45 días, han sido para darse golpes en el pecho. Una experiencia tras otra, cada una más compleja que la anterior. Se siente uno devastado ante la actitud de muchos. No quedan amigos. La solidaridad se ha esfumado del horizonte y desconcierta enfrentar, los siempre presentes intereses creados.

Quisiéramos brindar nuestro respaldo a lo mejor que se figura en el horizonte, pero, frente a nosotros, se despliega un mar de conflictos. Es para sentirse abatido mientras se acumulan los graves cambios que han trastornado las personas, el país, las instituciones, el ambiente. Conocidos y desconocidos han abandonado este mundo, el último de ellos René Fiallo, con el que compartimos el bachillerato en el Colegio Loyola, una persona de singular calidad humana y muchos otros con él.

Oscurece, afuera. ¿No ocurre lo mismo en nuestra alma? Es para sentirse un tanto desconcertado mientras el cielo se oculta tras nubes sombrías y paradójicas. Se mira a lo lejos, a la búsqueda de la claridad que se deshace. Las sombras parecen cubrirlo todo y uno siente una profunda y devastadora tristeza en el alma…

 

 



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