Dentro de la actual vorágine de noticias políticas y de carteles de drogas, ha podido encontrar espacio lo relativo a nuestro país y las más recientes pruebas del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos de la OCDE, mejor conocidas por su abreviación PISA. El objetivo de estas pruebas es “evaluar la formación de los alumnos cuando llegan al final de la etapa de enseñanza obligatoria, hacia los 15 años”.
Producto de la aplicación de dichas pruebas, República Dominicana ocupó el penúltimo lugar en lectura, y los últimos lugares en matemáticas y ciencias. Indistinto de las diferentes quejas acerca de la metodología de las PISA, lo cierto es que sus resultados dicen mucho acerca del estado actual de nuestra educación.
Hemos formado toda una generación de jóvenes sin las destrezas mínimas para la educación superior y el trabajo digno, por ende el que existan tantos profesionales de tan baja calidad, a la vez que hemos fomentado un enorme caldo de cultivo de frustraciones e inconformidades.
Mucho se comenta si nuestroprofesorado actual está a la altura de los requerimientos y si el gremio que los aglutina está más interesado en la conquista de prebendas que en la formación de un estudiantado con futuro. Hay inclusive algunos con las cachazas de afirmar que si sabíamos de nuestras deficiencias, para qué participar en este tipo de pruebas. ¡Vaya sentido de irresponsabilidad, queriendo ocultar el sol enterrando sus cabezas!
El momento es de reflexión y de toma de medidas drásticas para revertir esta situación en el futuro venidero.
No es momento de huelgas magisteriales, ni de contratar futuros profesores mal preparados y sin la vocación necesaria. No es momento de quejarse del programa gubernamental de construcción de aulas mal equipadas o instalaciones incompletas.
La realidad demanda que se escuchen voces como las de Educa o IDEC, así como cualquier otra fuente sensata e innovadora, tanto para la mejoría de la calidad magisterial como del involucramiento comunitario y familiar en estas tareas. De seguir así, las convulsiones sociales que nos esperan serán inconmensurables.