MANAGUA, Nicaragua. Cuando se lee en los diarios dominicanos los detalles de un evento político a celebrarse en la ciudad de San Cristóbal, lo cierto es que a quien ama y respeta su país se le acalambran los dedos de las manos y una sensación de profundo desconcierto y amargura se extiende por todo su cuerpo como si se fuera víctima del ataque de una enfermedad mortal.
Entonces, uno cierra los ojos y al abrirlos descubre en esta tierra nicaragüense bendecida por Dios un cielo azul claro, contadas nubes y grandes espacios de una luz intensa y prodigiosa de tan abrumadora belleza que, tras el asombro, despacio, nos concede que la paz retorne de manera creciente a nuestro espíritu.
Y, no obstante…
Hablamos de la “juramentación de nuevos militantes” de la organización política obligada por la mayoría del pueblo a abandonar el poder tras los dos periodos de gobierno más oscuros, siniestros y amargos que se recuerde en la historia dominicana.
Y de quien se dice, hará acto de presencia, luego de permanecer escondido en las sombras, aterrado y a la espera de ser conminado por las autoridades judiciales, ese mismo expresidente que, con una sonrisa de incalificable desdén y aires de infinita burla, se rehusaba a intervenir mientras sus correligionarios incurrían en toda clase de maniobras contra del patrimonio que pertenece a todos los nacidos en esa tierra.
Las más graves manifestaciones de la degradación que ha sufrido y aún padecen los dominicanos, tienen impreso su nombre con letras de fuego. El saqueo vulgar e inconcebible de las arcas nacionales, los préstamos incalificables, la degradación absoluta de la vida de todos a excepción de su propia gente, los tratos íntimos con los barones del narco…
Durante esos ocho años, los niveles de moralidad, integridad, respetabilidad y decencia cayeron de forma abismal en nuestro país.
Terribles confrontaciones, graves conflictos entre hermanos, familias deshechas, abuso y depredación a todos los niveles, degradación de las instituciones y los poderes públicos, violaciones incalificables, incremento del tráfico, consumo y uso de sustancias prohibidas, asesinatos de mujeres, proliferación de pandillas de antisociales, inseguridad pública, irrespeto a la ley, fraudes, abusos …
Los dominicanos no pueden hacer a un lado esos horrores. De proceder de esa manera, estaríamos condenando el destino de nuestra nacionalidad, la integridad de nuestras familias, el futuro de nuestros hijas e hijos, de nuestros seres queridos, de nuestros amigos y conocidos.
El descaro y el cinismo de esta gente, solo algunos de los cuales guardan prisión o están siendo juzgados, mientras su “máxima figura” y su equipo de depredadores se pasea orondo y sonriente en sus oscuros y tenebrosos escondrijos, es una burla a todos y cada uno de los nacidos en tierra dominicana.
Salir a la calle con ese despliegue propio de quienes aún creen o consideran que alguna vez podrán retornar por sus fueros, es una ofensa que no tiene nombre.
Los transgresores de la ley, aquellos que por años se burlaron y rieron de todos nosotros y degradaron al país casi hasta su desaparición no merecen ninguna consideración ni ningún respeto de parte del pueblo dominicano. Solo su repudio unánime e indeclinable.