La Feria del Libro ha perdido el prestigio que llegó a alcanzar en otros tiempos y en su versión actual ha llegado a unos niveles de devaluación que obligan a hacer un alto, para hacer un balance a fondo de ese evento y tratar de relanzarlo.
Yo trabajé varios años en la Feria del Libro y en esos tiempos ese acontecimiento captaba la atención de la mayor parte de la intelectualidad y más de medio país se ponía en Feria, como suele decirse popularmente.
Entonces al frente del Ministerio de Cultura estaba un robusto y competente intelectual llamado José Rafael Lantigua, escritor, hombre relacionado con sus colegas del país y el exterior, rodeado de un equipo de hombres y mujeres de condiciones sobresalientes, escritores muchos de ellos también.
Trabajaban todo el año y el resultado eran aquellas ferias que, con el libro como principal protagonista, abarcaban sin perder la sobriedad, todas las expresiones de nuestra cultura.
Hubo otros ministros que organizaron ferias exitosas, pero esto se ha venido perdiendo, la feria decayendo en calidad, hasta llegar al actual punto crítico que ojalá sirva de alerta para emprender un plan destinado a recuperar la Feria del Libro como institución y como evento.
Comprendo que la tecnología y la actitud que su uso ha creado en muchos, especialmente jóvenes, ha estremecido el amor por el libro y su lectura, pero hay que saber ajustarse a los nuevos tiempos y a los cambios y mantener el libro impreso en su sitial.
Y la Feria del Libro es, por definición, la institución más llamada a contribuir a ese propósito. Pero la tarea debe empezar por rescatar la propia Feria.
El presidente Luis Abinader, que ha demostrado tener la virtud de consultar y saber escuchar, podría aprovechar el fracaso de la Feria actual para tomar el caso en sus manos y procurar las soluciones.
Tal vez sería bueno convocar a un grupo de intelectuales con experiencia en los montajes de las distintas ferias y escuchar opiniones y propuestas razonables.
En base a esas sugerencias y otros estudios, trazarse un plan y poner al frente de su ejecución no a una persona sin vínculos con el mundo de la literatura y los autores, sino a alguien versado en esos asuntos, con capacidad y liderazgo, con la sobriedad y el prestigio indispensables para inspirar respeto, sin cháchara ni cursilería baratas.
Algo debe hacerse y ojalá el presidente tome en cuenta lo deficitaria que ha sido la gestión del gobierno actual en cuanto al Ministerio de Cultura se refiere. Y por ese déficit al fin y al cabo el será quien tendrá que responder.