El sábado 25 de julio, falleció en Santo Domingo nuestra madre doña Casimira Mauricio viuda De la Cruz, mamá Casimira, como le llamaban cariñosamente sus allegados.
Un apodo adecuado para una persona que se sentía madre no sólo de las hijas e hijos que procreó, sino también de los nietos que crió, y de las personas que sin tener vínculos sanguíneos le dio albergue y crió junto a los suyos. Levantó una bonita familia al lado de su esposo Leopoldo De la Cruz, a quienes enseñaron con su ejemplo lo que es el trabajo honrado cimentado en la producción agropecuaria.
En un mundo plagado de escasez de valores, ella en cambio, los tenía en abundancia y los esparcía en solidaridad, integridad, y sobre todo, predicando con el buen ejemplo. Por esos motivos ella decía que era mama Casimira, la grandota en bondad.
Muchos la recordaran por esas exquisitas cualidades que adornaron su bella existencia, caracterizada por ser una persona que al tratar con sus semejantes jamás tomó en consideración el color de su piel, su origen social o cualquier condición que pudiera implicar una actitud discriminatoria hacia su prójimo, y en ese sentido, ella es un paradigma en los actuales momentos en que se laceran esos valores.
Fue un ejemplo de espíritu juvenil, pues las parrandas que encabezaba recorriendo las calles durante las festividades navideñas a bordo de la “colora”, como llamaba a su camioneta, llevaba al pueblo de Miches, al son de un perico ripiao, cariño y amor.
Hasta el último momento de su existencia pidió que la llevaran a Miches, pero sus condiciones de salud no permitían complacerla en tan noble deseo, que era terminar sus últimos días junto al pueblo que tanto amó.
Vivió su vejez con dignidad, optimismo, sentido del humor, alegría, siempre cantaba, y hasta el último suspiro de su vida, atenta a los demás.