Un distrito colonial

Durante más de una década hemos sido testigos de un proceso interminable de intervenciones en la Ciudad Colonial, disfrazado de proyectos de readecuación, reestructuración o modernización. Lo que al principio fue presentado como un plan integral para revitalizar el casco histórico más antiguo del continente americano, ha terminado convertido en una pesadilla que parece no tener fin. Y mientras las autoridades se afanan en justificar demoras, cambios de diseño, modificaciones presupuestarias y nuevas fases, la realidad que viven los residentes, comerciantes y visitantes es otra muy distinta: un lento pero constante deterioro del entorno humano, social y económico de la zona.
Detrás de esta prolongada ejecución de obras hay más sombras que luces. Todo parece indicar que se manejan agendas paralelas al margen del bienestar colectivo. No se explica de otro modo el abandono institucional en aspectos fundamentales, la imposición de regulaciones arbitrarias, y la cerrazón para escuchar a quienes tienen décadas habitando y cuidando ese espacio.
El sufrimiento de quienes residen o trabajan allí ha sido ignorado por demasiado tiempo. El comercio agoniza, los hoteles cierran, las familias se mudan, los turistas se decepcionan y la gente común –sin respaldo político ni empresarial– vende sus propiedades por precios ridículos, empujada por la asfixia de un proceso que no entiende ni controla.
A esto se suma una peligrosa rigidez burocrática que impone restricciones absurdas a quienes desean restaurar o intervenir sus viviendas, bajo pretextos de “preservación” que ni siquiera están sustentados en normativas claras.
En realidad, muchas de estas limitaciones obedecen a voluntades caprichosas, a criterios técnicos cuestionables y, en algunos casos, a favoritismos o intereses particulares disfrazados de protección patrimonial.
Todo esto ha creado un ambiente hostil que promueve la salida de los habitantes originales y abre paso a una transformación silenciosa, orientada al beneficio de otros sectores más poderosos.
Pero la Ciudad Colonial no es propiedad de una institución pública, ni de dos, ni de tres. Tampoco lo es exclusivamente de quienes viven allí. Ese pequeño territorio contiene más de 500 años de historia. Ahí están el primer ayuntamiento del Nuevo Mundo, la primera catedral, el primer hospital, la primera universidad. Es el corazón fundacional de nuestra nación. Un testigo viviente del nacimiento de América.
Es, por tanto, patrimonio de los 11 millones de dominicanos que hoy habitamos esta tierra.
Por eso, ha llegado el momento de proponer una salida seria, estructurada y definitiva. Y esa salida no puede seguir dependiendo del vaivén de gobiernos o de proyectos con plazos interminables.
La Ciudad Colonial necesita un nuevo modelo de gobernanza. Proponemos la creación de un “distrito colonial” bajo una ley especial, que le otorgue a sus residentes y propietarios la capacidad de autogestionarse, con normas claras, modernas y consensuadas, enfocadas en preservar el patrimonio sin atropellar a la comunidad que lo mantiene vivo.
Este distrito tendría una estructura de gestión autónoma, con participación directa de los vecinos, comerciantes, expertos en patrimonio y representantes del Estado, bajo un marco legal que respete la singularidad del territorio y lo blinde ante manipulaciones inmobiliarias o decisiones arbitrarias.
Un espacio que combine desarrollo con identidad, inversión con inclusión, turismo con respeto a la vida cotidiana. Un modelo que tenga dolientes reales, no burócratas de paso. Lo que está en juego no es sólo la estética de unas calles coloniales. Está en juego la memoria histórica de una nación.
La Ciudad Colonial no puede seguir siendo maltratada bajo la excusa de su rescate. No puede continuar como rehén de proyectos interminables ni de intereses opacos. Es momento de defenderla con altura, con visión y con valentía.
Salvar la Ciudad Colonial no es una causa local. Es una causa nacional. Y todos los que creemos en la memoria, la dignidad y la historia como pilares de una sociedad con futuro, debemos unirnos para exigirlo.
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