Una de las características de nuestra vida citadina es el desorden sin par en el cual vivimos. Resido en el llamado Polígono Central de la ciudad capital, y el caos reinante está haciendo del quehacer diario un desafío incómodo que pone a prueba constantemente nuestras capacidades de desempeñarnos en civilidad.
El primer desorden se observa en el tráfico, donde no ha valido la creación burocrática, como el caso del Instituto Nacional de Transporte Terrestre (Intrant), o la Dirección General de Seguridad de Tránsito y Transporte Terrestre (Digesett). Es común que vehículos se parquean de ambos lados de las calles a la vez, violando los señalamientos de no estacionarse y convirtiendo calles de dos vías en una sola vía.
Amén de otras violaciones, como las de tomar calles de una vía al revés, y el irrespeto de señalamientos de Pare o semáforos, tenemos que vivir con los kamikaze llamados “delivery”.
A lo anterior se le añade el crecimiento descontrolado y sin requisitos de las construcciones residenciales y comerciales.
Torres de veinte pisos, con más de 40 familias y sus soportes domésticos, 80 vehículos de los propietarios y demás exigencias, son construidas sobre lotes y en vías diseñadas y previamente utilizadas para unidades unifamiliares.
Ni el Ayuntamiento, que se ha caracterizado por facilitar estas moles, ni Obras Públicas, en sus autorizaciones, han tomado en cuenta las necesidades de infraestructuras requeridas, ni las limitaciones y el caos que provocan.
Y ni hablar de la ausencia de fuentes confiables y abundantes de agua potable, obligando a la compra de agua potable, o a drenajes pluviales y de aguas negras, provocando con ello la contaminación de nuestras aguas subterráneas.
O de la carencia de seguridad para caminar en la vía pública, desafiando materiales de construcción, vehículos sobre aceras, motoristas que transitan sobre ellas o el pésimo e inservible estado en que se encuentran la mayoría. ¡Vivimos en medio de un desorden sin par, y, peor aun, sin nadie que nos libere de esta realidad!