Como dominicanos, hay un imperativo que debemos asumir como proyecto indeclinable. Y es el estudio pormenorizado de la evolución espiritual del pueblo dominicano y, particularmente, las taras que las circunstancias han impreso a sangre y fuego en nuestro carácter. ¿Su propósito? Un profundo ejercicio de profilaxis. De adecentamiento.
Ciertamente, estudios abarcadores sobre diferentes periodos de nuestra historia, muy bien documentados, han sido realizados y publicados por estudiosos dominicanos y extranjeros. La lista es extensa. Particularmente debo expresar que poseo un marcado interés por nuestra conducta, por nuestro proceder ético. Por nuestra interioridad e integridad espiritual.
Por ejemplo, como conglomerado humano sufrimos de manera abrumadora los efectos de la pandemia que dejó tras de sí una inestimable cantidad de personas fallecidas, familias destrozadas, mucho sufrimiento, la quiebra de nuestra cotidianidad, la disminución de las libertades ciudadanas. Fortunas y negocios devastados y graves alteraciones y distorsiones de los parámetros válidos o apropiados para evaluar la evolución y el progreso de un país.
¿Hasta cuáles extremos nos arrastró la ocurrencia de ese estado de cosas insólito y devastador? Crímenes inconcebibles, atracos, robos, pandillerismo, desobediencia civil, fortalecimiento de sectores antisociales con muchos recursos.
¿Cuáles manifestaciones nos faltan aún por confrontar? ¿Qué debemos esperar de un futuro tan complejo, pese a que no poseemos suficientes elementos de juicio para vislumbrar con meridiana certeza? Esta percepción –y nuestros temores- pueden ser alucinantes.
Lo cierto es que la pandemia y sus manifestaciones vinieron a coronar un estado de cosas que ya venía manifestándose desde hacia tiempo y que, durante ese periodo horrible alcanzó niveles sencillamente abrumadores.
Me refiero a aspectos fundamentalmente éticos. Porque nadie ignora que nuestra historia ha sido la historia de la depredación y del abuso descarado de los bienes públicos y las bienaventuranzas del Estado. A Dios las gracias que, por la visión y percepción del presidente Abinader, esta oscura realidad histórica empieza a cambiar de manera radical.
Todos recuerdan que, a raíz de la desaparición de la Era de Trujillo, esas prácticas se incrementaron hasta límites inconcebibles. Mientras que en los treinta años el patrimonio de la nación era usufructuado por un grupo que no era abrumador en su número, desaparecido el régimen el saqueo se generalizó y amplió hasta límites inconcebibles. Los gobiernos del doctor Balaguer, reorientaron y redujeron esas prácticas reorientándolas hacia las sobrevaluaciones en los planes de obras públicas ejecutado por el Poder Ejecutivo.
Algunos gobiernos posteriores escribieron su propia y peculiar historia. Ratería, desconocimiento absoluto del arte de gobernar, pésima administración y una significativa presencia de las comisiones y las sobrevaluaciones escandalosas en ocasiones.
Los gobiernos del Partido de la Liberación Dominicana y particularmente el correspondiente a los años 2012 al 2020 conformaron un nuevo estilo más sofisticado en cuanto al saqueo de los bienes públicos. Lo ocurrido, ya es parte de la historia más oscura de un ejercicio político indeseable. La verdad definitiva es que todos los parámetros fueron quebrados sin límite alguno y la corrupción y el abuso de los dineros del Estado alcanzaron niveles sin precedentes.
En cada uno de esos casos, la actitud del ciudadano sufrió cambios drásticos en su conducta, en su profunda integridad. Los principios, la influencia religiosa, la educación familiar, el temor a la ley fueron progresivamente dejados de lado. Conjuntamente con el auge de numerosas prácticas viciosas, como el narcotráfico y el masivo lavado de dinero, la corrupción alcanzo niveles de espanto en toda nuestra historia.
Las víctimas no fueron , solo, estas o aquellas manifestaciones del pueblo dominicano, sus costumbres, su apego a ciertas normas. Lo fue principalmente su interioridad, su integridad, las instituciones que administran el ejercicio del Estado y que todavía no logran recuperarse plenamente.
La grave culpa histórica del peledeísmo fue la de haber asestado daños ilimitados a las ya reducidas tradiciones de decencia y respeto de todo un pueblo, el haber transformado la administración pública en un inconcebible muladar.