El 6 de agosto de 2013 recordaremos la partida del profesor de Criminología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo Américo Herasme Medina. Tras habernos legado su esfuerzo abnegado en la enseñanza de la Criminología en las aulas, tras un largo período de al menos tres décadas, no pueden desaparecer ahora su recuerdo, sus aportes.
Nacido en Villa Jaragua, aunque no recuerdo la fecha exacta, inició su vida académica al lado de las ciencias de la Ingeniería y luego se dedicó a la Criminología, que como se verá, está unida a su nombre y a la que veneró y estudió hasta el último día de su vida.
Tenía una personalidad peculiar, y era llamado en la Universidad de muchas maneras. Por muchas razones, su existencia y labor docente de catedrático revelan una vida de modestia intelectual, casi un autorretrato.
Intimé muchas veces con el ilustre profesor de Criminología; por un tiempo también visité su modesta oficina, en la avenida San Vicente de Paúl, en la que aprecié sus ideas criminológicas sobre el problema de la prisión.
De esa época es que le pedí que escribiera algunas líneas para nuestra revista de Criminología, que entonces puso por título “Manifiesto de criminología”.
Allí había advertido que en relación con la criminalidad, la nación dominicana empezaba a atravesar por un estadio difícil. Divisó a una Policía Judicial peligrosamente empírica y obsoleta, y que la Policía Nacional le causaría problemas a la sociedad dominicana, por sus conocimientos y métodos incorrectos de manera secular.
Al igual que muchos de sus amigos abogó por un órgano consultivo, “que esté integrado por personas que puedan emitir consejos idóneos y a la vez, fórmulas de solución de la problemática delincuencial”.
Solía arremeter por las exposiciones sobre las causas de los crímenes y delitos cometidos en el país, y no escatimaba esfuerzos para llamar a la conciencia de las reglas de la Criminología, así como sus métodos que conducen a la solución de la citada problemática.
Al igual que los maestros italianos, Enrico Ferri entre ellos, veía con pena el empeoramiento de la situación social de los barrios, “como consecuencia del acrecentamiento de la densidad demográfica, la miseria, la ignorancia y la desesperación de la gente […], la cual sólo puede desaparecer si se anularen las causas generadoras.
Nuestra sociedad es delincuente, en parte porque es más que “visible que los abusos cometidos por grupos que se declaran ser sus representantes genuinos, son en gran medida causantes de la mayoría de las infracciones que ocurren”; y así sucesivamente.
Murió a los 78 años, la mayoría de los cuales los reservó a la universidad; fue otro grande de la Criminología dominicana.