Hay que dudar siempre. Hay que preguntar siempre. TERENCIO.
A estas alturas aún se escuchan las quejas y lamentaciones, las culpas, desmentidos y acusaciones. La derrota siempre deja en el paladar un sabor amargo, ni siquiera agridulce.
Mientras el presidente Abinader pronuncia una minuciosa y escrupulosa rendición de cuentas, plausible y admirable por el minucioso recuento de lo realizado y cuanto está en vías de ejecución y terminación, las declaraciones y el desconcierto de sus adversarios nos brindan un espectáculo deprimente.
El mesianismo, que ha normado nuestra conducta pública por décadas y décadas, sencillamente ha quedado atrás. No es incierto el “ajuste de cuentas”. Ya no basta con el esquema de las campañas electorales tradicionales, en las que la demagogia, los falsos pronunciamientos y promesas desdeñadas ocupaban un lugar privilegiado.
Siglos atrás ya lo proclamaba El Redentor: por sus hechos los conoceréis. Todavía quedan legiones, cada vez más escuálidas, sordas y ciegas, para quienes la realidad real no cuenta. Situar sus acalorados deseos, aspiraciones, burdas creencias, mentiras, falsedades y ficciones en primer término es un camino intransitable en el que circulan cada vez menos ilusos.
Basta con releer nuestra historia: los aciertos, los programas, el proceder sobre la base de fines loables y dignos se ha ido imponiendo gradualmente en el quehacer público ante un pueblo hastiado de mentiras, falsedades y aprovechamiento sistemático de las mieles del poder.
La mala memoria ha ido quedando atrás. La oposición política no ha revisado y renovado su proceder ni sus esquemas de comportamiento.
Ningún dominicano que se precie de serlo aspira a la reedición sistemática de nuestros males: desfalcos, latrocinios, negocios turbios, burdas engañifas, el poder como medio no como fin, las riendas sueltas a las peores inconductas.
Era hora de abrir los ojos ante una arrogancia política culpable de muchos desafueros, pero apenas juzgada y condenada. Ese camino, el de la utilización del poder para satisfacciones de anhelos particulares, ya hace tiempo que debió quedar definitivamente sepultado.
Cuando uno aprecia el horizonte no deja de amargarse ante la infinidad de problemas, irracionalidades, y el cúmulo de víctimas a inventariar. Miles de nuestros niños y niñas en una situación compleja y difícil. Igual a la de nuestros envejecientes. La generalidad de nuestro pueblo.
Una forma de vida normada por la improvisación y la violencia. Pandillas. Asesinatos de mujeres, Inseguridad pública. Latrocinios y abusos tanto en el ámbito público como el privado. Todos estos males y muchísimos más. Despilfarro de los fondos públicos.
También he manifestado que la elección de Luis Abinader, hace casi cuatro años, tuvo su origen en el anhelo generalizado de hacerle frente a esta progresiva degradación de la República Dominicana, donde los capos mafiosos visitaban Palacio y se entrevistaban con los altos funcionarios del Estado.
No proclamamos que todo está solucionado y que no quedan ámbitos oscuros a los que es preciso erradicar para siempre. Males y vicios a enfrentar, un sinnúmero de situaciones enojosas, conductas licenciosas cuyo destino deben ser los tribunales y las cárceles.
Lo definitivamente cierto es que las memorias presentadas por el presidente nos dicen con toda claridad que hemos logrado romper los esquemas, el círculo vicioso, y desbrozar un camino diferente.