Ahora varios senadores quieren sancochar el nuevo código penal. Legislar requiere de prudencia aristotélica para determinar bien lo que es bueno y conveniente, pues ahí se juega la acción humana, la permitida y la prohibida.
Se pretende migrar a un código más a lo alemán. Quizás ningún jurista alemán se sienta alagado si sale un Frankenstein de código penal.
Las teorías alemanas fascinan a los autores iberoamericanos. Son adaptables a otros ordenamientos; pero son incapaces de hacer más previsible la aplicación del derecho penal, obligando esto a formular teorías propias y adaptarlas técnicamente.
Desconozco si se han tenido en cuenta los tratados de Liszt y sus discípulos (Antón, Saldaña, Cuello Calón y Jiménez de Asúa); Merkel, Beling, Mezger, Maurach y Welzel.
Los sistemas dogmáticos alemanes, elegantes y armónicos, son admirables. Pero debe hacerse un esfuerzo de sistematicidad para ajustar la parte general con la parte especial, como lo hacen los germanos.
¿Se ha hecho sin discriminación de nuestras diferentes realidades históricas, sociales, económicas y culturales? ¿se han comprendido las consecuencias de las diferentes opciones para la política criminal?
El que para elaborarlo la legislación y dogmática alemanas sean fuentes principales, dejándose atrás nuestra tradición francesa, entraña un análisis de los fenómenos sociales considerados, ahora y en el tiempo.
Ignoro si los redactores han visto las polémicas sobre las teorías causal y final de la acción con todas sus implicaciones dogmáticas, la diferenciación entre error de tipo y error de prohibición, autoría y participación.
Como base metodológica, ¿Han tenido en cuenta las teorías de la imputación objetiva y del dominio del hecho y la relación entre política criminal y dogmática penal, de Roxin? y ¿los planteamientos funcionalistas de Jakobs?
La dogmática alemana está en el más alto nivel científico y metodológico. Pero, hacer un monstruo zurcido como Frankenstein porque, aunque este existió realmente, fue acusado de asesinato, encarcelado por herejía y pasó a la historia por su afán de descubrir la receta de la inmortalidad.
Un código es producto de un trabajo técnico depurado; socialmente acogido y políticamente deliberado; pero ante todo resulta de la prudencia. La necesidad es enemiga de lo precipitado. De lo contrario nacerá un código penal frankensteiniano, cargado de remiendos que seguro destruirán el mandato de determinación y certeza de toda conducta elevada a infracción.