Cada segundo de la vida es un momento oportuno para agradecer. Hoy, más que nunca, lo hago con la conciencia de que estoy rodeada de todo tipo de personas, pero esencial y mayoritariamente, de gente buena, amable y constructiva.
Deseo compartir la opinión de Félix Rymer, uno de los lectores de esta columna, que tengo el privilegio de publicar cada semana. Es un interesante enfoque sobre el tema que traté recientemente, bajo el título
“¿La miseria humana podrá ganarnos el pleito?”.
“He leído su artículo sobre la miseria humana. El primero que la detectó fue Dios, al arrepentirse de haber creado a la humanidad. Sin deseos de entrar en un tema religioso, debo decirle que la miseria humana siempre existió y existirá.
Pensar que la miseria humana pueda desaparecer es imposible. Quizás tendríamos los humanos momentos, en que podamos librarnos de tal miseria, pero hasta cuándo.
Albert Camus escribió la obra “Calígula”, identificado como el emperador más joven y sanguinario de Roma.
Narra Camus que, debido la oposición de los poetas de Roma, en contra de Calígula, éste ideó un concurso de poesía, en el que los participantes tenían que presentar una propuesta con el título “La muerte”.
Calígula advirtió que moriría el poeta que no presentara una obra, acorde con el concepto de poesía que él tenía en su mente.
Calígula, entonces, mató a todos los poetas, excepto a Escipión, un esclavo que vivía en el palacio y que participó en el concurso.
¿Cómo es posible que hayas hecho la poesía que yo tenía en mente?, preguntó Calígula a Escipión.
“Cayo César, yo conozco tus miserias”, respondió Escipión.
Calígula responde: tú y yo somos iguales.
Escipión respondió, con rapidez: “no somos iguales. Tú matas y traes dolor. Eres un sanguinario. En cambio, yo amo la vida y le canto al amor”.
Calígula nueva vez responde: Tú y yo sí somos iguales, porque tú eres puro en el bien y yo soy puro en el mal. Somos puros los dos”.
Ya en la postrimería de su mandato y de su vida muchos de sus adeptos se habían complotado en su contra.
Calígula mandó a buscar a su principal adversario, un senador palaciego, llamado Casio Quereas, a quien preguntó: ¿me quieres?
Quereas responde: César, sabes que no te quiero.
¿Puedo saber por qué no me quieres?
Quereas respondió: eres malvado, sanguinario, asesino.
Lo que no soy es hipócrita. Todos saben que mato todo el tiempo y se cuidan de mí, mientras, que muchos, como tú, quieren matarme y yo no me escondo. Si me resulta fácil matar, también me resulta fácil morir.
Finalmente, Calígula, frente a su conspirador, Quereas, vuelve a preguntar: ¿Quereas, me amas?…
“Te expliqué César que no te quiero y tampoco te amo”.
Calígula dijo: “entonces, si no me quieres ni me amas ¿por qué me quieres matar?…
Calígula, en su mente trastornada, tenía claro que solo si lo amaban y lo querían, podían matarlo.
Sabiendo que lo matarían y que los complotados estaban esperándolo en una habitación del palacio donde fue acuchillado, ensangrentado se paró en un espejo, y riéndose, se dijo a sí mismo: Calígula a la historia.
Moraleja: cuando la miseria es pura, que generalmente lo es, no hay nada que hacer.
Como dijera alguien: “no se puede mejorar lo que no se puede controlar. No se puede controlar lo que no se puede medir, y no se puede medir lo que no se conoce”.
Este concepto es aplicable a cualquier cosa incluyendo la miseria humana.
Muy buen artículo el suyo.
*Señor Félix, gracias por compartir conmigo esos valiosos episodios, narrados como parte de la historia de la humanidad y que algunos citan en el marco de la fábula. Me satisface y honra contar con lectores como usted. Su aporte contribuye a fortalecer mi propuesta para que no permitamos que la miseria humana (que, como usted refiere, siempre ha existido, y existirá) gane el pleito.