Turismo interno con calor humano

Turismo interno con calor humano

Turismo interno con calor humano

Rafael Chaljub Mejìa

El miércoles 27 de julio Dulce y yo salimos para el Cibao. La carretera Duarte, cuyo paisaje es un encanto, se transita mejor con un merengue típico sonando y con mi mujer tocando rítmicamente su güira de reglamento.

El parador de Miguelina y el Típico Bonao estaban abarrotados. Y como “si no hay pan venga casabe”, descartamos esos sitios y nos paramos a comer chicharrones recien sacados de paila, tibios, con yuca y guineítos. Con polvo y monóxido de carbono gratis.

Entre parada y parada llegamos a Puerto Plata, donde mi hermano Nelson y su esposa, y hermana de Dulce, Maridalia.

Ya éramos cuatro los turistas. Fuimos a saber de Marquito Santos, gran acordeonista al que se le va la vida en un asilo de ancianos.

Me fue muy duro verlo, consumido por los años y la pobreza, recordar la agilidad con que tocaba, la música digna y alegre de sus buenos tiempos y comprobar cómo por esas travesuras crueles de la vida, su voz antes contenta apenas se le entiende.

¡Qué sociedad esta que ve con indolencia cómo se apagan sus valores!
Como todo va compensado en esta vida, este golpe lo alivió el placer de la visita al día siguiente a nuestros viejos amigos Danilo Kingley y su esposa doña Elégida, en Pata de Gallina, Sabaneta de Yásica.

A la sombra de árboles centenarios, esperando un sancocho cocinado con leña, plátanos, yuca, yautía, gallina criolla, cerdo, auyama, cilantro y orégano, tomados todos del conuco, con los merengues de Tatico como fondo y con una concurrencia decente, alegre y amistosa. No recuerdo la última vez que pasé un día rodeado de tanto cariño y calor humano.

De regreso a Puerto Plata, un vendedor de orquídeas que discutía precios con Dulce y Mari, se entera de mi presencia y viene a decirme que vive en La Cumbre y no se pierde mi programa Fiesta y Mañana Gallos.

Y aunque a mí en Puerto Plata siempre me va bien y me tratan con cariño, debimos trasladarnos a Nagua, a mi campo natal, Las Gordas, donde el Ayuntamiento, con Cornelio Taveras a la cabeza, me entregó una bellísima placa reconociéndome como Hijo Meritorio.

Di las gracias emocionado, y con ese ingrediente más, cinco días después de la salida, volvimos Dulcita y yo a la capital. Me perdonan… pero yo me quedo en mi país.