¿Tú sabes por qué no te pongo la pistola en la boca?

¿Tú sabes por qué no te pongo la pistola en la boca?

¿Tú sabes por qué no te pongo la pistola en la boca?

Carlos era un hombre   muy atento, buenmozo, profesional, de una buena familia, gracioso  y sobretodo amoroso. Era el típico hombre que cualquier mujer desearía  para casarse. Mis amigas celebraban y se alegraban por mí. Y yo creía que él sería mi pareja para toda la vida, porque en el tiempo que estuvimos conociéndonos me demostró que era el hombre que siempre había estado esperando. Era para mí como ese príncipe azul de las historias de amor que un tren  deja en la estación cada año bisiesto.

En una de sus visitas al país, un día salimos a compartir  con unos familiares y  me sorprendió que no me dejara bailar ni siquiera una pieza con uno de mis tíos, a pesar de que él tampoco me invitaba  a bailar, porque no sabía. Pensé que quería compartir más tiempo conmigo,  pues había llegado  de Los Ángeles, California (Estados Unidos), hacía dos días, y por el tiempo que tenía sin verme pensé que me extrañaba demasiado. Después de esa noche,  nuestra  relación amorosa continuó con toda normalidad, como una relación cualquiera.

Algunas semanas más adelante, un sábado cualquiera salí a compartir con mi círculo de amigas y dejé el teléfono en la casa. Cuando llegué a mi casa encontré 19 llamadas pérdidas de mi novio. Cuando lo llamé acordamos que me pasaba a buscar para salir a cenar.  Cuando me subí a su vehículo, ni bien me saludó. Me agarró por el cuello, diciéndome: “¿Tú sabes porqué no te pongo la pistola en la boca ahora mismo? Porque papi anda con  ella. Por eso tú te salvas”.

Le reclamé por lo que había hecho, me bajé de su auto y esa misma noche decidí finalizar esa relación porque entendí que la próxima vez no se quedaría sólo en  amenaza.

Confieso que los primeros días fueron muy  difíciles. Me sentía desconcertada y frustrada. Pero pudo más mi instinto de preservación. Ningún argumento pudo convencerme de volver con él.

El maltrato hacia la mujer  es un tema muy complejo. Se expresa de muchas maneras, desde una mirada amenazante hasta las golpizas. Y, en muchos casos,  termina en la morgue de algún hospital, con la mujer convertida en víctima de un feminicidio.

Las mujeres tenemos algunas de las llaves para frenar el maltrato cuando se inicia. Desde temprano en el noviazgo el hombre dice cómo va a ser. Hay muchas señales que lo evidencian por más que quieran aparentar ser diferentes.  Lo que sucede  es que muchas mujeres, por el amor que sentimos por nuestra pareja,  y otras por autoestima baja, le dejamos pasar muchas “cositas” a los hombres  que luego son irremediables.

Después que llega el matrimonio las cosas son más complicadas para las mujeres. Es muy fuerte el instinto materno, que impulsa a preservar la pareja para que los  hijos no crezcan sin padre. La pobreza y la dependencia económica colocan a muchas mujeres en una situación muy difícil. Muchas madres son capaces de sentarse a esperar la muerte a manos de sus parejas, solo por asegurar el sustento de sus hijos.

El desamparo en que viven las mujeres es la principal causa de tantas muertes. Ni  las que denuncian la violencia que sufren reciben un apoyo efectivo y a tiempo.

En los últimos días he leído historias aterradoras de mujeres que han sido asesinadas por sus esposos. Creo que es injustificado que un hombre maltrate a su pareja porque, sin importar lo que haya hecho la mujer,  nadie tiene derecho a maltratarla o quitarle la vida.

Cuando una relación no funciona, y más si se han faltado el respeto de una u otra forma,    lo recomendable es que busquen ayuda. Y si no hay solución, que conozcan a otras personas. Es mejor un buen amigo que un mal amor, dicen por ahí. A veces dos personas se aman pero lamentablemente no nacieron para estar juntas. El mingo no se puede forzar.

Mujer,  el hombre que te maltrata no te quiere, no te engañes. El mundo está lleno personas buenas que pueden  ayudarte a superar  a esa persona  que tú crees que es única en el universo. La vida no debe ponerse nunca en juego.  Nadie tiene el derecho de decidir quién se salva o no. Nadie tiene potestad para quitar la vida, sólo Dios.

¡Ni una menos, ya está bueno!



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