Alguien me dijo esta semana que tengo que utilizar este don de la palabra que Dios me ha dado para impactar en la gente. Y una chica joven, entusiasta, me escribió por Facebook mostrándome cómo colecciona en forma de libro mis escritos.
Quiero que estén seguros que asumo esta columna con humildad, pero con el total convencimiento de que juntos podemos lograr cambios. Cuento con ustedes.
Ahora sí, ya elegí el sentir de esta semana. La vida te sacude cuando menos lo esperas, pero cuando más lo necesitas.
Si te empeñas en aferrarte a las cosas que te hacen daño basado en aquello de “más vale malo conocido” va a llegar algo que derrumbará los cimientos de ese espejismo que no te deja crecer. Y muchas veces el impacto es fuerte.
Es en ese momento en el que debes decidir cómo manejas el cambio, esa señal que te está gritando que no puedes seguir como estás.
Tienes dos vías: te aferras con desesperación a tu estatus actual o decides avanzar hacia ese lugar en el que puedas soltar lastres e intentar acercarte a aquello que te haga sentir bien y cerca de tu ideal de vida.
Y mira que no digo felicidad, porque eso son momentos, me refiero a ese estado en el que eres capaz de mirarte y afirmar con el corazón en la mano que eres la persona que quieres ser, que haces lo que deseas hacer y sobre todo que estás cerca de las personas que te acompañan en este camino.
La clave está en decidir prioridades y ser un poco egoísta.
Haz caso a la vida, escucha cuando te grita que sueltes lo que te mantiene anclado y que agarres con pasión la oportunidad que tienes de ser tu mejor versión. De verdad, la tienes.