Como era de esperar y como sucede desde que asumió, Trump no conformó a nadie con “ su política“ para Cuba. Ni una cosa ni la otra, y más bien todo lo contrario.
Es mucho más fácil hacer declaraciones “rimbombantes” desde la oposición para titular los diarios o abrir los informativos, que tomar decisiones “rimbombantes” cuando se está en el gobierno.
Lo cómodo es prometer y denunciar durante la campaña electoral, lo difícil es cumplir o destapar los tarros cuando se está en el poder.
Es notorio que el tema América Latina (AL) no ocupa un lugar prioritario en la agenda del nuevo presidente de los EE. UU.
El subcontinente, -el viejo “patrio trasero”-, ya genera pocos títulos en los medios y escasas angustias o expectativas a la administración norteamericana. Tradicionalmente el Departamento de Estado se preocupa por Brasil – hasta hubo quién recomendó solo hablar el portugués en la sesión de AL.-, pero por el momento ese tema aconseja mantener prudencia: es casi imposible saber, por muy experto diplomático o agente de la CIA, el FBI o la DEA que se sea, en qué va a derivar y mucho menos como va a terminar, el “ caso brasileño”.
Respecto a Venezuela nada ha cambiado: alguna declaración de censura, pero EE. UU. sigue siendo el mayor comprador de petróleo venezolano.
Con Cuba, en cambio, Trump estaba obligado. Les hizo promesas a los votantes de la Florida, a lo que se suma la presión y la presencia de legisladores cubano-americanos que están a su y de su lado.
La cuestión era si cerraba o no la embajada en La Habana. Todo lo demás son detalles.
Lo que hizo Obama fue adornar la agenda para sus futuras conferencias: reanudó relaciones e instaló la Embajada. Pero no mucho más; nada o casi nada en cuanto a presionar y avanzar en la apertura democrática y el retorno de las libertades en la isla.
No consiguió ni “suavizar” el discurso del pope del régimen ni el de sus adláteres, amanuenses, testaferros o fanáticos locales y especialmente internacionales.
Si Trump quería diferenciarse de Obama debió cerrar la Embajada. No es que significara mucho , pero importaba por su carácter “emblemático”.
Ahora, la cuestión es si hubiera servido de algo un “endurecimiento” respecto a Cuba. Quizás no sirviera de nada, como no sirvió la “apertura” de Obama, quien, a lo sumo, abrió un poco el grifo para que fluyera algo de oxígeno al castrismo.
Los duros dicen que esta vez sí el “ embargo” hubiera tenido efecto, pues al régimen, que vivió primero de la Unión Soviética y luego se salvó gracias a los petrodólares del chavismo ya no le quedan fuentes de recursos a qué apelar.
Quizás sí, quizás no. Todo muy teórico.
Lo único cierto, lo que la experiencia confirma, es que el embargo no sirvió. Más de medio siglo lo certifica. Esto es: no sirvió para que cayeran los Castro ni para que la democracia se restaurara en Cuba.
Por el contrario, sí le fue muy útil a propio régimen cubano para justificar, ante el mundo y ante los propios cubanos, el fracaso del sistema aplicado a partir del momento en que Fidel se declaró marxista leninista e impuso el totalitarismo en la isla.
El “ bloqueo”, como le llaman, justificó todos los males y fue el punto de apoyo para todas las críticas “al imperio”, el cual, pese al paso de los años y de los titulares en su presidencia, parece seguir sin darse cuenta.
El embargo, visto lo que hay y lo ocurrido, ayudó al castrismo, pero en nada a los cubanos.
Por otro lado, implicó, a su vez, limitaciones para las libertades de los propios norteamericanos. No solo para comerciar o viajar a donde quieran, sino también para su derecho a informarse.
En concreto, con relación a Cuba, Trump no aportó novedades. No hizo ningún “disparate” : ni reimplantó “ el embargo” en todos sus extremos, ni puso fin a una situación inoperante y que solo beneficia a las supuestas víctimas.
En fin, quizás sea una muestra más de lo mal que se maneja el Departamento de Estado, o quizás sea producto de la “ ignorancia” de Trump en materia de política exterior, o simplemente se trata de que no les interesa ni les preocupa América Latina ni los latinoamericanos. Incluidos los que viven en los EE. UU.