La sociedad dominicana ha experimentado un gran desarrollo en el último cuarto de siglo. Todas las estadísticas económicas y sociales, se analice como se analice, muestra incrementos notables. Hoy en día somos la primera o segunda economía más próspera del Caribe y América Central. La pobreza se ha reducido cuantitativa y cualitativamente, incluso a pesar de la permanente filtración de emigrantes haitianos que vienen con la carga de miseria que vive su sociedad. La economía de servicio, el turismo, el ingreso de inversiones extranjeras y las remesas de nuestros emigrantes siguen aportando un gran caudal de los recursos que permiten la estabilidad de que disfrutamos, pero la economía industrial y el sector agro-industrial adolece de un grave estancamiento, cuando no un retroceso significativo en renglones específicos. Nuestras mediciones del I+D no logran arrancar, lo que nos coloca en franca desventaja con la economía mundial.
Existen tres riesgos muy graves que penden sobre nuestra marcha actual como sociedad y sus efectos los comenzamos a padecer y se agravarán en menos de cinco años si antes no tomamos medidas heroicas para conjurarlos.
Un primer riesgo es que nuestra capacidad de innovación e invención, tanto en el sector educativo como el industrial, sigue estancado porque se favorece la importación de tecnología y soluciones elaboradas por otras sociedades. En el caso de las universidades, la poca inversión del gobierno y el sector privado en investigación e innovación, nos mantiene inmovilizados. Los recursos aportados por FONDOCYT que al momento de su apertura fueron significativos, no ha crecido al ritmo que demanda la capacidad de los centros de investigación, tanto los universitarios, como los exteriores a las universidades. Se requiere una inversión que sea al menos la mitad de lo que se emplea en la educación básica y media. Se impone integrar el mundo de la investigación a las necesidades de la economía a niveles muy superiores a los actuales.
Un segundo riesgo muy grave es la corrupción, especialmente la pública, que está robando miles de millones de pesos al desarrollo dominicano. Basta un ejemplo, si se utilizara en investigación lo que han robado los dos casos más sonoros de corrupción pública, daríamos un salto cualitativo inmenso y potenciaríamos la productividad dominicana a niveles insospechados. No hay motivos objetivos para que la sociedad dominicana no sea más desarrollada y el nivel de vida de todos se eleve al doble del nivel actual, pero la corrupción substrae esa riqueza y nos frena.
El tercer riesgo es el crecimiento de nuestra deuda que ha roto los niveles normales y compromete la viabilidad nuestra como Estado. La deuda está ligada a la corrupción y la falta de productividad de nuestra economía por el escaso desarrollo de la investigación e innovación.
Estamos tomando prestado para pagar deudas y sostener el gasto corriente, lo cual es un disparate en la macro y la micro economía. Sin ser economista sé que no se resuelve con cobrar más impuestos, porque de lo que se trata es producir más con menos y que cada peso de nuestra economía se invierta en actividades que generen más riqueza.
Estos tres riesgos demandan una transformación en el liderazgo político y la gestión del Estado, y en un cambio profundo de nuestro modelo económico. El electoralismo, el continuismo y la poca profesionalidad de la gestión del gobierno central, el poder judicial, el congresual y municipal son una traba para que la sociedad dominicana avance.
Hemos llegado al límite del modelo presente y honestamente no creo que los partidos políticos actuales y el liderazgo político que se nos propone pueda resolver este problema, salvo que caigamos una crisis profunda fruto de los riesgos descritos, algo parecido a lo vivido entre 1994 y el 2004.
No merecemos un shock de esta naturaleza, podemos resolverlo con medios democráticos, pero necesitamos otros líderes y otras propuestas partidarias más profesionales y desvinculados de la corrupción.