Balaguer, que dijo tantas frases memorables, quizás nunca imaginó que una de las más recordadas sería parte de un diálogo de Los Carpinteros: “…si quieres saber quién es Mundito, dale un mandito…”.
La idea es viejísima. Shakespeare, quien tomó prestadas muchísimas nociones de los poetas del Renacimiento italiano y estos a su vez de los clásicos griegos y romanos, dijo: “…el hombre, el orgulloso hombre/ investido de poca y breve autoridad, / fantaseará tales tretas ante el Cielo, / que hasta los ángeles llorarán…”.
Al evocar esta tara humana tan común, Dale Carnegie comentaba que lo más patético del asunto es que frecuentemente “quienes menos justificación poseen para un sentimiento de satisfacción por sus logros, alimentan sus egos presumiendo turbadamente falaces méritos, una actitud nauseabunda”.
Ninguno de los tres, Balaguer, Shakespeare o Carnegie, imaginó cómo la Internet democratizaría el poder.
Un celular empodera a cualquier Mundito con la “poca y breve autoridad” shakesperiana. Ese despotismo, la propia ignorancia e insignificancia, definen a añépidos y cacoerrolas que vomitan sus resentimientos insultando a desconocidos en redes sociales.