La sobrevaloración de la importancia política real de muchos opinantes inveterados hace que muestra prensa luzca llena de crónicas sobre qué dijo o cree cada gurgucio suficientemente afortunado para ser amigo o socio de quienes dirigen algunos medios.
Supuestos líderes cuyas participaciones en elecciones les revelan como liliputenses sin ninguna relevancia o que se alían a partidos mayoritarios procurando su plato de lentejas, se viven despachando con tremendismos y admoniciones que harían a cualquier incauto neozelandés creerles profetas de nuevo cuño. Pero qué va bullo… Bulteros, eso son y poco más; pero enormemente entretenidos. Tejen intrigas e inventan motivaciones mejor que Agatha Christie.
Atribuyen sordideces a quienes piensan distinto a ellos. Carecen de credibilidad ni tienen el íntimo y real respeto de colegas, muchos de quienes les siguen su juego para no creer en su picante boca.
La facilidad que ofrecen plataformas de internet -donde pueden hasta comprar seguidores en múltiplos de sus votos- crea una cacofonía disparatada que dificulta un real y honesto diálogo público. Trigo y pata se confunden.