Muchos laboratorios han elegido una proteína que se encuentra en la corona de virus como blanco para neutralizar sus efectos.
En esta corona existe una proteína con forma de espiga (spike, en inglés), la proteína S, que se une a los receptores de nuestras células para infectarlas. Esto significa que la proteína S es la llave que usa el virus para entrar en nuestras células.
Por eso, muchos laboratorios que trabajan en la vacuna contra la COVID-19 han elegido esta proteína como diana, con el objetivo de impedir que el virus pueda hacer uso de su llave.
Sin embargo, hay otras investigaciones que plantean estrategias complementarias para luchar contra la enfermedad. Porque, ¿y si la solución estuviera en la cerradura?
A principios del siglo XXI tuvo lugar una epidemia de Síndrome Respiratorio Agudo (SARS) causada por otro coronavirus, el SARS-CoV, primo-hermano del actual SARS-CoV-2. Todo lo aprendido sobre aquel virus está siendo importante para entender mejor la COVID-19.
La principal coincidencia es que las llaves de ambos virus utilizan como cerradura la proteína ACE2.
Sin embargo, la llave del SARS-CoV-2 entra con más facilidad en la cerradura, por así decirlo. Y por tanto, abre la «puerta» y se adentra en la célula con mayor éxito.
De ahí que la probabilidad de infección y de propagación de la COVID-19 sea mucho mayor que la del SARS. De hecho, esta es una de las razones por la que SARS-CoV-2 ha originado una pandemia: su facilidad para entrar en nuestras células.
La ACE2 es la cerradura
Conocer la localización de la cerradura (la ACE2) en nuestros tejidos también nos está ayudando a comprender la enfermedad.
Los alvéolos pulmonares se asemejan a racimos de uvas, y tienen en total una superficie aproximada de 75 m². En toda esta superficie nos podemos encontrar múltiples cerraduras de entrada del virus en nuestro organismo. De ahí que le cueste tan poco infectarnos.
Otro tejido con gran superficie y presencia de la ACE2 es la mucosa intestinal, lo que explicaría que un tercio de los pacientes presenten trastornos digestivos. Además, esta proteína también es abundante en los riñones, los vasos sanguíneos, el sistema nervioso y otros tejidos.
La ubicuidad de la ACE2 en nuestro organismo podría ser una de las razones de la aparición de los variopintos síntomas que se han descrito en los enfermos de COVID-19.
La ACE2, el RAS y los antihipertensivos
La proteína ACE2 es una de las enzimas clave del Sistema Renina Angiotensina (RAS).
De forma clásica, el RAS se ha descrito como un sistema hormonal que regula la tensión arterial. Pero hoy en día se sabe que, además, regula el crecimiento celular, los procesos de inflamación, coagulación y cicatrización (fibrosis).
En la siguiente figura se muestran los dos ejes principales de este sistema (el de la ACE y el de la ACE2), que en condiciones fisiológicas se encuentran en un equilibrio dinámico.
Por ejemplo, el eje de la ACE incrementa la tensión arterial, mientras que el de la ACE2 la disminuye. Y por esta razón, muchos pacientes hipertensos toman a diario inhibidores de la ACE como medicación.
Cuando comenzó la pandemia, se especuló sobre la mayor susceptibilidad a la infección en aquellos pacientes que tomaban inhibidores de ACE en su tratamiento para la hipertensión.
Hoy en día se ha desechado tal hipótesis, y parece que en la sintomatología más grave este tipo de tratamientos podrían ser, incluso, beneficiosos.
La COVID-19 y el desequilibrio del RAS
Es posible que tanto la inflamación pulmonar grave como la cicatrización descontrolada posterior del pulmón dañado (fibrosis pulmonar) o los procesos trombóticos que se han descrito en la COVID-19 estén asociados a desequilibrios del RAS.
En la medida en la que, en condiciones fisiológicas, el eje de la ACE promueve señales que llevan a la inflamación, a la fibrosis y a la coagulación, el de la ACE2 tiene la acción contraria.
Como ocurre en la enfermedad provocada por del SARS-CoV, se cree que, en el caso de la COVID-19, cuando el virus entra en la célula lo hacen también la llave (proteína S) y su cerradura (ACE2).
Eso implicaría que, a medida que progresa la enfermedad, la presencia de ACE2 en la superficie de nuestras células disminuiría al entrar en la célula junto con el virus. Como consecuencia, se produciría un desequilibrio en el RAS, aumentando el riesgo de inflamación pulmonar grave, formación de coágulos y secuelas pulmonares debidas a la fibrosis.
Si engañamos al virus, ACE2 podría ser la llave para la cura
Con toda esta información, algunos grupos de investigación punteros han propuesto una estrategia de engaño.
A saber: inyectar moléculas de ACE2 libres en la sangre para que el virus se quede unido a ellas en vez de a nuestros receptores celulares. Así, podríamos neutralizar la infección y, además, evitaríamos el desequilibrio en el RAS.
Esta estrategia ha tenido resultados positivos en modelos organoides (estructuras celulares tridimensionales), y se está probando ya en pacientes con COVID-19 en un ensayo clínico.
Un resultado positivo supondría un gran avance en la lucha contra esta enfermedad y abriría un nuevo campo en las terapias contra otros virus que amenazan nuestra salud.