Haití. – Que sus casas arruinadas estén inundadas por la lluvia ya no es la principal preocupación de los afectados en Randelle por el huracán Matthew: el cólera se expande a gran velocidad en esta localidad montañosa y aislada de Haití.
«El cólera nos devora: mi vecino fue el primero en enfermarse y luego llegó a mi casa, infectó a mi marido y a mi hija», afirma Andrise Lubin frente a su casa destruida.
A la localidad, que se encuentra a media hora por carretera de la costa, se la llevó el río que aún sigue fuera de su cauce debido a las torrenciales lluvias derivadas del poderoso huracán Matthew a principios de octubre.
Para llegar a Randelle, en el distrito de Chardonnieres (suroeste), ahora hay que caminar tres horas y atravesar varios cursos de agua. Herida en un pie durante el huracán, Andrise encontró a un amigo para ayudarla a que sus parientes enfermos hagan ese recorrido.
Sin nada para comer, esta mujer cuarentona, agotada, está esperando caer enferma ella misma: «Me puedo infectar con el cólera, no tengo nada en el estómago: en la ciudad siempre voy a estar mejor que aquí», señala con cierto fatalismo.
Precariamente protegidos bajo chapas agujereadas y toldos de plástico, los residentes locales contaminados por el cólera se amontonan bajo el porche del pequeño dispensario de Randelle.
Las páginas del registro de la clínica se llenan rápidamente: desde el paso del huracán cerca de 300 personas se han infectado con el cólera.
Antes incluso del destructor pasaje de Matthew, Haití enfrentaba ya la peor epidemia de esa enfermedad a escala mundial, con 500 nuevos casos por semana en todo el país.
Mulas para el abastecimiento
La jefa de enfermeras Marguerite Bernardin, extenuada, examina con dos colegas a los enfermos que llegan de Randelle y de las montañas adyacentes. Perdió todo durante el huracán, pero ya no está preocupada por eso.
«Se necesitan camas para los enfermos, para mejorar su situación», explica, mientras muestra a un hombre mayor tumbado sobre una camilla dispuesta sobre el suelo.
Tras dos semanas de complicaciones, la ONG Samaritan’s Purse trajo un alivio inesperado al terminar de instalar un centro de emergencias para tratar el cólera.
Todas las camas están ocupadas ya. «Dos tiendas suplementarias llegarán hoy; por tanto, deberíamos poder encargarnos de al menos 20 pacientes», se alegra Steve Averly, médico de urgencias.
«Es difícil llegar aquí en las montañas y para los pacientes con cólera es muy complicado descender para recibir atención», explica.
«Cuanto más cerca estemos del origen tanto más gente podemos salvar y atender», asegura mientras se ocupa de una niña. Mientras Randelle es aún un campo en ruinas invadido por troncos de árboles caídos, la ONG se instaló en los aledaños, sobre un lugar elevado.
Con goteros intravenosos en los brazos, muchos habitantes están obligados a llevar a los enfermos sobre sus espaldas para atravesar los 300m de accidentado terreno que los separan del centro. Aislado en la montaña, el funcionamiento del centro de atención se ve obstaculizado por dificultades logísticas.
«Las mulas son el medio de transporte más eficaz para hacer llegar equipamientos: es la tecnología más antigua, pero funciona», sonríe el médico.
Sin embargo, con recursos financieros y un clima benévolo podrían aterrizar helicópteros en el pueblo.
Esta ayuda internacional es elogiada por Romélus Caldo, miembro de la asamblea local. «Recuerdo el sábado 8 de octubre: vi morir a seis personas por el cólera en el dispensario», se lamenta bajo una lluvia inclemente.
«El Estado central no ha respondido a mis demandas, así que imagínese que a los simples habitantes de aquí se los escucha menos aún», dice este legislador local cuya casa fue arrastrada por el río hace dos semanas.