Lily Montaño.
El reclamo desde hace unos buenos lustros de los dominicanos ha sido la transparencia. Demandado principalmente a los políticos, entidades de servicios de consumo, de administración de justicia, entre otros. Yo pensando y a la vez también cuestionándome ¿somos transparentes? ¿O tenemos en algún renglón de nuestra vida una agenda oculta? Es sencillo, lo que está mal para otro, no puede ser una excepción para mí.
No puedo reclamar no usar los fondos públicos en asuntos personales y uso discrecional a una autoridad y si llegado el caso alcanzo una posición estatal o de poder, hacer lo mismo. Un ejercicio de coherencia.
Las redes están llenas de esos chistes que colocan todos los términos que utilizamos cuando requerimos algo de otra persona, algunos países se caracterizan por un lenguaje llano y directo y van al asunto pura y simplemente, nosotros, damos mil vueltas para decir lo que solicitamos, es como una máscara.
Pero como está pasando en la actualidad gracias a la velocidad de las comunicaciones para bien o para mal, hay muchos velos descorridos.
Transparencia significa claridad, limpidez, es sobre todo un actuar en el pensar, sentir, decir, hacer. Tanto lastre de décadas pasadas de corrupción, de malos tratos silenciados, de injusticias, aunque sea con dolor, será finalizado si en nuestro hacer cumplimos ese valor tan solicitado que funciona como un dedo acusador para el otro pero no para mí. ¿Ser o parecer?
