En el discurrir de nuestro progreso como civilización, la energía juega un papel fundamental al ser el eje sobre el cual giran nuestras economías, nuestras ciudades y nuestra cotidianidad.
En este trayecto de finales del tercer decenio del siglo XXI, pienso que nos enfrentamos a una encrucijada: los paradigmas de la energía del pasado ya no parecen sostener el futuro, que está amenazado por el cambio climático y la degradación ambiental.
Estas amenazas son las que han creado la necesidad de una transición energética (TE) hacia fuentes de energía más limpias y sostenibles.
Por eso, es cada vez más frecuente aumentos significativos en la inversión y el desarrollo de tecnologías de energía renovable, como la solar, eólica, geotérmica, hidroeléctrica y de biomasa cuyas fuentes energéticas son consideradas más sostenibles, ya que generan menos emisiones de gases de efecto invernadero.
A medida que estas tecnologías se vuelven más eficientes y económicamente viables, su adopción se acelera; y se convierten en parte integral de las estrategias energéticas en los ámbitos nacional y regional.
Sin embargo, la TE también plantea desafíos significativos: la generación intermitente de energía renovable presenta problemas de almacenamiento y gestión de la red eléctrica.
Además, la TE ha reconfigurado el tablero geopolítico. La concentración en determinadas regiones del mundo de “minerales estratégicos”, que son fundamentales para el desarrollo de tecnologías emergentes y la transición hacia fuentes de energía más sostenibles genera disputas y competencia por el acceso y control de este tipo de recursos estratégicos.
De la misma manera, se debe considerar el aspecto de la equidad global. La energía renovable, en su estado actual, es una solución costosa que pocos pueden permitirse y que se orienta principalmente a beneficiar a los actores con mayores ingresos económicos.
Esto abre una brecha entre quienes cuentan con posibilidades de financiar un futuro sostenible y quienes se quedan atrás en el uso de tecnologías aún más nocivas para la salud y la naturaleza. La transición energética, si no es inclusiva, es entonces un privilegio.